Por TPS
Había una vez una joven llamada Dulce, cuyo nombre parecía ser un mal chiste en comparación con su verdadera personalidad. Aunque aparentaba ser amable y dulce como la miel, su corazón estaba lleno de ambición desmedida. Dulce tenía un objetivo claro en la vida: ser famosa y reconocida, sin importar a cuántas personas tuviera que pisotear en el camino.
Con una sonrisa perfectamente ensayada y un tono de voz cálido, Dulce sabía cómo ganarse la confianza de los demás. Siempre aparecía en el momento oportuno con palabras de apoyo y una actitud encantadora. “¡Tú eres tan talentosa/o!”, decía a sus compañeros de escuela mientras en su mente planeaba cómo usar su esfuerzo para beneficio propio. “Déjame ayudarte con esa presentación, ¡juntas podemos lograrlo!”… Y claro, luego se quedaba con todo el crédito.
Su estrategia era sencilla: fingir ser la amiga perfecta, manipular, y cuando ya no le servían, traicionarlos sin pestañear. Era experta en la seducción, pero no en el sentido romántico, sino en uno mucho más insidioso: seducía la confianza de todos a su alrededor. Si alguien la ayudaba, pronto se daría cuenta de que todo lo que había hecho fue en vano, porque Dulce nunca devolvía favores, solo cobraba.
Un día, su pareja, se acercó a ella en busca de ayuda para un proyecto crucial. Dulce, con su usual sonrisa, aceptó encantada. Sin embargo, a la primera oportunidad, fue corriendo a presentar la idea como propia. Para sorpresa de nadie (excepto de su pareja, claro), Dulce recibió el reconocimiento que tanto deseaba.
Dulce escalaba rápido y con maestría, dejando tras de sí una estela de corazones rotos, carreras destruidas y gente que alguna vez la había considerado una amiga. Pero ella no sentía remordimiento alguno; al contrario, cada traición era solo un peldaño más en su camino hacia la cima.
Finalmente, llegó el día en que Dulce consiguió lo que siempre había deseado: fama y reconocimiento. Era una figura pública, rodeada de éxito y aduladores. Pero había algo curioso en toda su fama: no había una sola persona a su alrededor que no estuviera ahí por conveniencia, esperando el momento perfecto para devolverle la puñalada.
Dulce, tan experta en usar a los demás, nunca se dio cuenta de que había creado su propio círculo de traidores. Así, el día que cayó en desgracia (una filtración inoportuna de cómo había llegado hasta ahí), no había nadie dispuesto a tenderle la mano. Su falsa amabilidad, su hipocresía y su seducción ya no podían salvarla.
Moraleja: Si construyes tu éxito sobre la traición y la hipocresía, no te sorprendas cuando, en tu caída, nadie esté dispuesto a ayudarte. Al final, las sonrisas falsas solo atraen puñales reales.
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