Una cosa es la palabra obediente y otra la obediencia a las palabras. La palabra sólo puede exigir ser obedecida haciéndose autoritaria, palabra autoritaria, mientras que la palabra obediente consiste precisamente en renunciar a la autoridad. A una autoridad que la palabra tiene, obviamente; de otro modo no tendría sentido renunciar a ella. Sin duda sólo la palabra puede conferir la autoridad. Autorizar a alguien es un acto de lenguaje y desautorizarlo también. Pero la palabra como palabra no puede exigir ser obedecida. Es ése que ha sido autorizado por la palabra el que puede exigir obediencia, y la exige de nuevo a través de la palabra. (Lo que suele llamarse «desobediencia civil» se produce en el intervalo de ese vaivén.) La autoridad de la palabra como palabra se funda, se autoriza, en su obediencia: en su apego a la verdad —o en un enunciado más general y vacío, en su fidelidad al sentido. En esa perspectiva, la palabra parece confinar con dos polos que la...