Por Terrornauta La tormenta se abatía sobre el bosque como una condena. Cada gota que caía parecía un lamento, un lóbrego recordatorio de que la naturaleza, en su furia, es también un teatro para los horrores más antiguos. El grupo de siete jóvenes, ahora reducidos a un amasijo de cuerpos húmedos, de pie y temblorosos, se refugiaba bajo una carpa que apenas los protegía de la furia del diluvio. La noche era una amalgama de oscuridad y sonido, el ulular del viento y el crepitar de las ramas caídas componían una sinfonía de desolación. Cada relámpago que desgarraba el cielo arrojaba una luz espectral sobre el bosque, transformando las siluetas de los árboles en formas retorcidas que parecían observar. Lorena y Abraham, ubicados en la parte más externa de la carpa, tenían sus miradas dirigidas hacía la abertura de la carpa. El aire alrededor de ellos era denso, cargado con una presencia que no podía verse, pero que se sentía, como el acecho de un depredador que aguarda el momento oport...