Hoy desperté con el dulce sonido de una notificación de mi banco en mi celular, anunciándome que solo me quedaban $37.80 y deseándome Feliz Día de las Madres. No, no me puse cursi ni me brotó el instinto filial como si esto fuera una telenovela turca. Pero sí me puse a pensar —entre la miseria y la cafeína— en esa figura sagrada y malentendida que es mi madre. Porque sí, le guardo cierto rencor. No por nada específico, sino por todo: por parirme, por obligarme a convivir con humanos, por imponerme unas tías con ideas ridícul a s y dramas hormonales que merecían serie en HBO. Por esa presión social de “sal de tu cuarto, saluda, ponte bonita”. ¡Como si ser un mueble pasivo-agresivo no fuera una opción válida de vida! Y sin embargo, la quiero. No me preguntes por qué. Es como querer a tu cactus: te pica, te ignora, a veces se le seca una parte ... pero ahí estás, regándola con la esperanza de que un día te dé una flor. Aunque sea una flor de un día . Cada año, cuando se a...