¡Querido Félix! Permíteme contarte sobre los recuerdos de mi infancia que, hasta el día de hoy, ¡siguen persiguiéndome como las sombras en la noche! Y no, no me refiero a los infernales recuerdos de juegos en el parque o de fiestas de cumpleaños (eso ya será en otra ocasión), sino a las torturas cinematográficas a las que me sometían durante la semana santa. Recuerdo con claridad cómo, año tras año, mi “querida” tía y mis primas presumidas me arrastraban a la sala de estar para ver todas las películas clásicas de la semana santa. No había escapatoria. Tenía que sentarme y soportar horas interminables de pasión, crucifixiones y sandalias romanas. ¿Por qué, oh, por qué no podíamos simplemente ver una comedia ligera o una película de aventuras? No, tenía que ser el sufrimiento en su máxima expresión. Estaban las películas épicas como "Rey de Reyes" y "Ben-Hur", que parecían durar más que la propia semana santa. ¿De verdad necesitábamos tres horas de dramatizaci...