Por el Dr. Tiburcio Nicanor de los Ángeles Altaneros, sociólogo de la catástrofe cotidiana y experto en liturgias del desmadre mexicano.
La frase “Abue…lita mi nescafé sin tanta azúcar porque me pega la diabólica” constituye un sofisticado artefacto lingüístico que combina tres elementos esenciales de la cultura mexicana: la afirmación rotunda, la moderación forzada y el temor preventivo a la diabética furiosa, esa deidad moderna que todos respetamos más que al SAT.
Para empezar, el “Abue…lita” no tiene nada que ver con la abuelita real, esa que guarda sus mandiles con olor a ruda, sino que es un eufemismo elegante y cariñoso de “a huevo”, traducible como “por supuesto, con toda la convicción sociopolítica de mi ser mexicano.” Es el sí absoluto, el contrato verbal inequívoco, la aceptación firme… pero disfrazada para que no suene tan barrio.
Sin embargo, el hablante mexicano, sabio en la tradición del “sí, pero suavecito”, agrega la segunda parte: “sin tanta azúcar porque me pega la diabólica.” Aquí se despliega una sofisticada crítica a los excesos: sí quiero, sí estoy de acuerdo, sí jalo… pero sin caer en la tragedia. Es decir: “Estoy dentro, pero no me maten.”
La frase encapsula nuestra identidad nacional:
Afirmamos, pero con miedo.
Aceptamos, pero condicionamos.
Disfrutamos, pero con cautela.
Es un equilibrio entre el entusiasmo del barrio y la prudencia del consultorio. Una síntesis perfecta entre el “no le saques” y el “pero tampoco le exageres”.
Esta expresión revela la profunda sabiduría mexicana de participar en la vida con ganas, pero evitando que la existencia, como el café muy dulce, se nos vuelva pura enfermedad y arrepentimiento.
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