Por OA
Las cadenas que elegimos
Forjamos nuestras propias rejas
con hilos de miedo y acero de costumbre,
las manos temblorosas,
pero firmes al cerrar el candado.
Nos decimos que es más seguro aquí,
donde el dolor es predecible
y la libertad solo una amenaza distante.
Cada decisión no tomada
es un ladrillo en este muro invisible,
cada palabra no dicha,
un eco que se apaga antes de nacer.
Nos encerramos en el que dirán,
en el susurro ajeno
que pesa más que nuestros propios gritos.
El infierno no es un abismo lejano;
es esta silla donde siempre nos sentamos,
este suelo gastado
por los pasos que nunca se atrevieron
a cruzar el umbral.
Miramos la puerta abierta,
pero el aire del cambio quema,
y preferimos la seguridad tibia
de una vida a medias,
de sueños que languidecen en la penumbra.
Así pasan los días,
consumidos como una vela olvidada,
hasta que el silencio nos devora
y la última chispa de deseo se extingue.
Nos volvemos guardianes de nuestra cárcel,
monarcas de un reino sin horizonte,
testigos de vidas
que pudieron ser algo más
pero eligieron el consuelo de lo mismo.
Comentarios