La navidad que olvidamos
Por OA
La nieve no llega a estos rincones,
donde los migrantes cruzan fronteras de silencio,
donde los niños duermen en la piel rota de la ciudad,
y los ancianos miran la soledad
como el único regalo que les queda.
En los muros se escriben sus nombres,
en un idioma que nadie lee,
mientras la noche brilla con luces de plástico
que no alcanzan a iluminar su frío.
Los villancicos suenan,
pero son ecos lejanos,
fantasmas de una alegría
que nunca se detiene a mirar.
La navidad es un espejismo,
una promesa vacía
en las banquetas donde los sueños
se cambian por monedas,
donde las manos pequeñas
piden más que pan,
piden ser vistas.
Los ancianos esperan a nadie
en sillas gastadas,
los ojos fijos en puertas
que ya no se abren,
el corazón latiendo
como un reloj cansado
que mide los segundos de su olvido.
Y nosotros,
ajenos,
envolvemos nuestras culpas
en papel brillante,
creyendo que el calor de un hogar
es derecho y no fortuna.
Miramos de reojo,
rápido,
antes de seguir caminando,
porque es más fácil ignorar
que enfrentar el espejo roto
de nuestra indiferencia.
Esta navidad,
ellos son las sombras en la esquina,
los versos no escritos de un villancico triste,
el vacío que crece en las luces apagadas.
Y aunque el mundo los olvide,
sus silencios cantan,
su dolor es una estrella
que nunca dejará de arder.
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