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CRÓNICAS PERRAS: ¿Quién soy?

Por El Perrochinelo

¡Órale, bandita! Les habla el mero mero cronista de las calles chilangas, perro callejero de hueso colorado y poeta de la banqueta.

Hoy les contare mi historia, empieza en una esquina de Iztapalapa, allá por donde el sol pega recio y las banquetas están siempre vivas. Nací entre un montón de ladrillos y chatarra, con un par de hermanos que se me fueron quedando en el camino. No es que uno elija esta vida, banda; simplemente, te toca y hay que rifársela como venga. Desde morrito aprendí que en la calle o corres o te encueran.

Mi primer lección de vida me la dio un camión que pasó a dos pelos de mi cola. Desde ese día entendí que en esta ciudad o te mueves rápido o te quedas estampado en el asfalto. La gente va y viene como hormigas apuradas, pero pocos se fijan en uno. A veces me daban una tortilla, otras, una patada. Pero, ¿qué creen? Aquí sigo, entero y más sabio que muchos de esos que se creen muy acá con sus tenis de marca.

Aprendí a leer los rostros de los chilangos: los oficinistas que corren a la chamba, las doñas que regañan a sus chamacos, los motociclistas y microbuseros que manejan como si fueran dueños de la calle. También aprendí a esquivar los coches y a identificar a los gandallas de lejos. ¿Saben cuáles son los peores? Esos que te ven en la banqueta y, en lugar de frenar, le pisan más pa’ mojarte con el charco. Esos son los que seguro en la otra vida serán cucarachas.

Dicen que los perros vemos en blanco y negro, pero les cuento un secreto: nosotros olemos colores. La Ciudad de México huele a tacos, a esquites, a churros rellenos y a gasolina quemada. Huele a vida, a ruido y a un montón de historias que se cruzan. Cada barrio tiene su esencia. La Merced es pura fiesta de olores, mientras que en Polanco todo huele a caro y a sobradez. Pero mi favorito es el de las colonias populares, porque ahí todo huele a barrio, a lucha y a “no te dejes”.

Un día me topé con un libro tirado en una banqueta. No tenía muchas hojas, pero me dio curiosidad y me quedé a olisquearlo. Era de un tal Armando Ramírez, y hablaba de cosas que yo veía diario: calles llenas de vida, de gente y de broncas. Desde entonces, empecé a contar lo que veo. No sé escribir, pero los cuento con aullidos que, según me dicen, tienen su chiste.

Es que, raza, la ciudad está llena de historias que nadie cuenta. Los niños que venden chicles en los semáforos, las abuelitas que cargan más bolsas que el Hulk, los chavos que se rifan tocando música en el metro. Yo los veo, los huelo y los escucho. Y aunque a veces me dan ganas de ladrarle a todo el mundo, prefiero observar y entender que esta ciudad es un caos, pero un caos bonito.

Ahora sí, aquí viene el sermón. ¿Por qué nos abandonan? Yo nací en la calle, pero muchos de mis compas no. Son perros y gatos que tenían casa, cama y hasta suéter. Un día, sus dueños se cansaron y los aventaron a la calle como si fueran basura. ¿Qué onda con eso, banda? Si no pueden cuidar a un animal, mejor no lo tengan. Nosotros no pedimos llegar, pero si llegamos, es pa’ darles lealtad y amor, aunque ustedes a veces nos fallen.

En las calles, la vida no es fácil. Hay hambre, frío y peligro. Muchos no la libran. Y los que la libramos, aprendemos a desconfiar. Pero no debería ser así. Nosotros también sentimos, también soñamos con una mano que nos acaricie sin miedo, con un lugar donde dormir sin preocuparnos de que nos corran.

Así que, raza, si ven a un lomito o un michi en la calle, no los ignoren. Échenles un taco, un poco de agua o, mejor aún, llévenselos a casa si pueden. Hay refugios que los ayudan, hay gente que se organiza pa’ darles una segunda oportunidad. Y si tienen un animalito en casa, cuídenlo como parte de la familia, porque eso somos: familia.

Por mi parte, aquí seguiré, caminando las calles de esta ciudad que tanto quiero. Contando historias con mi hocico, diciendo lo que veo y ladrándole a los que no entienden que la vida en la calle es dura, pero también tiene su poesía.

¡Órale, carnalitos! Que no se les olvide que la calle es de todos, pero algunos no tenemos otra opción. No sean ojetes y háganle paro a los que andamos sobreviviendo.

¡Feliz Navidad, raza!

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