Por El Perrochinelo
¡Qué onda, banda! Hoy les voy a ladrarles de Pedro Infante, el mero ídolo del pueblo.
Yo, el Firulais del barrio, perro callejero con patas curtidas de tanto caminar entre charcos y banquetas rotas, tengo rato observando cómo, a pesar de los años, don Pedrito sigue siendo el patrón del cora mexicano. Es curioso cómo, incluso aquí, entre las fondas y los baldíos, el eco de sus rolitas todavía se oye: Amorcito corazón, Cien años o la infalible Fallaste corazón. La gente se prende como si el tiempo no hubiera pasado.
Resulta que este carnal nació un 18 de noviembre de 1917 en Mazatlán, pero la Ciudad de México lo adoptó como suyo. ¡Y cómo no! Con esa facha de don galán, era como el crush eterno de las doñas y la inspiración de los vatos. Dicen que las señoras lo amaban, y los chamacos soñaban con ser como él: el Pepe el Toro, el de "nosotros los pobres, ustedes los ricos".
Por acá, en el barrio, donde el pueblo le pone salsa hasta a los recuerdos, las películas de Infante son cosa seria. En esas historias veías reflejada la vida del barrio: el compa luchón, la morra enamorada, las broncas que, aunque pesadas, siempre se afrontan con estilo. Nosotros los pobres, por ejemplo, era como una biblia para entender que, aunque la vida sea cabrona, la dignidad no se pierde.
Lo que más me late de él, es que no necesitaba presumir. A diferencia de las dizque estrellas de hoy, Pedro era como uno más del barrio: sencillo, pero con garra. Sus papeles no eran de príncipe ni empresario; era el compa carpintero, el bandido con corazón, el enamorado que lo daba todo.
Y bueno, su música… no hay esquina donde no la canten. Hasta los chavos le entran, porque es imposible ignorar letras tan entrañables. Cuando alguien se echa un trago, ¿qué cantan? Copa tras copa. ¿Y en las serenatas? Pues Deja que salga la luna.
Claro, también están las conspiraciones. Ya sabes, la banda jurando que Pedrito nunca murió, que vivio en alguna parte, escondido. Que si el avión solo fue una pantalla para retirarse a lo grande. Pero, ¿sabes qué? Aunque eso fuera cierto, el legado está tan firme que, con o sin teorías, el vato sigue vivo en el imaginario colectivo.
Así que ahí te va el consejo de este perro: cuando pases por una unidad habitacional donde las señoras se sienten las reinas del karaoke o te toque ver un mural con la cara de Pedro Infante, detente un rato. Escucha, observa. Lo que estás viendo no es solo nostalgia; es el testimonio de que la cultura del pueblo se construye con emociones, no con algoritmos. Y eso, banda, ni el TikTok nos lo va a quitar.
Así que, con eso en mente, me retiro. Y si andan por el barrio y escuchan ladridos en coro con Cielito lindo, no se asusten; somos los perros del barrio, rindiéndole tributo al gran Pedrito. ¡Ajúa!
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