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RUMORES: El Silencio del cerro

Por Terrornauta

En lo alto del Cerro de la Estrella, una niebla espesa comenzaba a envolver las sombras al caer la noche. Primero, fueron los vagabundos. Nadie los extrañó, nadie los buscó. Luego vinieron los adolescentes, aquellos que desafiaban las historias que sus abuelos contaban esos días que se iba la luz en las colonias y barrios, las leyendas de criaturas que habitaban en las profundidades, alimentándose de los descuidados. Al principio, las desapariciones se tomaron como accidentes: jóvenes ebrios que se perdieron en la oscuridad, adentrándose demasiado en las cuevas del cerro, sólo para no volver jamás.

Pero todo cambió cuando aparecieron los cuerpos.

El primero fue encontrado por un ciclista que, en su desesperación por escapar de los gritos nocturnos que creía eran producto de su mente, tropezó con algo. El hedor a carne podrida y sangre lo paralizó antes de que sus ojos pudieran asimilar lo que tenía frente a sí. Un cuerpo, o lo que quedaba de uno. Las extremidades desgarradas, los huesos asomando como astillas y las marcas de dientes profundas, imposibles de atribuir a ningún animal que pudiera reconocerse en la región. El ciclista corrió, pero lo que vio nunca lo abandonó. Ni a él, ni a nadie más.

La noticia corrió rápido, pero las autoridades intervinieron aún más rápido. Jauría de perros salvajes, dijeron. Un ataque aislado. La información se ocultó, mientras los rumores crecían. "Los perros no hacen eso", murmuraban en las esquinas del barrio. "No de esa forma". Algunos testigos decían haber escuchado ruidos inhumanos, gruñidos profundos que parecían brotar de las entrañas de la tierra, y luego, el silencio abrumador que sólo puede seguir al horror.

La segunda víctima, un joven cuyo cuerpo apareció mutilado de manera similar, fue el punto de quiebre. Esta vez, no pudieron ocultar la brutalidad del ataque. Las marcas eran más grandes, más profundas. Algunas mordeduras parecían pertenecer a mandíbulas que no correspondían a ninguna especie conocida. Pero el parte oficial fue claro: "perros ferales".

Rafael, un periodista local, no creía en las versiones oficiales. La falta de respuestas, las pistas ocultas y el miedo palpable en los rostros de los policías lo convencieron de que había algo más. Vivía a las faldas del cerro, por lo que decidió subir al cerro esa noche, armado con su cámara y una grabadora de voz. No esperaba encontrar nada. Creía que la respuesta estaba en una conspiración, en las autoridades encubriendo un problema que no sabían cómo manejar. Pero lo que encontró fue mucho peor.

La luna apenas iluminaba su camino cuando escuchó los primeros sonidos. No eran ladridos. Eran susurros, un idioma desconocido, gutural, que parecía retumbar desde el suelo. Avanzó despacio, el aire cargado de algo que no podía describir. Y entonces, los vio. No había jauría. Lo que se movía entre los árboles eran sombras deformes, cuerpos escurridizos que se arrastraban con una rapidez antinatural. Su piel era negra y brillante, sus ojos brillaban con un destello vacío, hambriento. Eran muchas, más de las que Rafael podía contar, y lo peor era la sensación que transmitían. No eran simples bestias. Había inteligencia en su caza.

Rafael retrocedió, tratando de no hacer ruido, pero su pie se encontró con una rama seca. El crujido resonó como un disparo en la noche. Las criaturas voltearon, y en ese momento, supo que no escaparía. El miedo lo paralizó, su cuerpo no respondía mientras los ojos de esas cosas se clavaban en él, uno a uno.

Lo último que escuchó fue el crujir de su propia carne.

A la mañana siguiente, las autoridades encontraron la cámara de Rafael, pero no su cuerpo. Una nueva investigación se inició, pero el comunicado oficial nunca cambió: perros ferales.

Sin embargo, las criaturas no se detuvieron. Nadie se atreve a subir al cerro cuando cae la noche, pero de vez en cuando, el viento trae consigo aquellos gruñidos profundos, casi como un susurro. Algunos dicen que las criaturas aún cazan, buscando nuevas presas. Otros creen que las autoridades lo saben, que están encubriendo algo mucho más grande, algo que ningún humano debería conocer.

Y en el fondo, todos comparten el mismo sentimiento. Nadie quiere ser el próximo. Nadie quiere saber qué hay realmente en las sombras del Cerro de la Estrella.

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