Querido Félix
Me encontré en una de esas noches interminables donde los remordimientos del pasado se entrelazan con las deudas del presente, y decidí darme un festín “cultural”. No, no hablo de alguna obra maestra del cine clásico o de una novela literaria de esas que aún se encuentran en bibliotecas respetables. No, decidí sumergirme en el maravilloso mundo de las series históricas modernas, esas que parecen haber sido escritas por un comité de sabios con diplomas en “Licencias artísticas y anacronismos” y en “Cómo no hacer investigación histórica”.
¿Has notado cómo estas series, tan aclamadas por sus fanáticos, están tan llenas de errores históricos y dramas burdos que se pregunta uno si realmente necesitan un guion o si se limitan a improvisar en el set? Hablemos de “Bridgerton”, por ejemplo. Ah, “Bridgerton”, donde los duques y las duquesas parecen haber sido sacados de una fábrica de clichés románticos. La serie que nos regala un desfile de trajes extravagantes y, por supuesto, una dosis de inclusión forzada que resulta más artificial que el confeti en una fiesta de Año Nuevo. En un mundo donde los aristócratas del siglo XIX tienen una extraña obsesión por las fiestas, las escenas de baile parecen más bien una coreografía de los MTV Awards que una auténtica reunión de la alta sociedad.
Y luego está “The Crown”, que, por supuesto, nos muestra a la Reina Isabel II como una especie de Marga López británica, más preocupada por los problemas mundanos que por gobernar. En esta serie, la historia se convierte en un melodrama donde la familia real no tiene otro propósito que llenar horas y horas de televisión con sus desventuras amorosas y discusiones triviales. ¿Realmente alguien cree que esos eventos fueron exactamente como se muestran? La serie parece haber olvidado que, en el pasado, la monarquía también enfrentaba problemas más serios que las peleas internas sobre quién mira a quién de manera inapropiada en una cena.
No podemos olvidar “Downton Abbey”, esa serie que, en teoría, debería ser un estudio profundo de la vida de una familia aristocrática y sus sirvientes, pero que termina siendo un desfile de melodramas tan predecibles como la próxima lluvia en Londres. Los guionistas deben haber pensado: “¿Qué tal si mezclamos un poco de chisme de la alta sociedad con una pizca de tragedia para que se sienta más realista?” Lo que resulta es una serie en la que los personajes parecen tener más problemas con la moralidad de sus decisiones amorosas que con las verdaderas cuestiones sociales y económicas de la época.
Por supuesto, no podemos olvidar “La cocinera de Castamar”, la cual, a pesar de su título prometedor, se dedica a mostrarnos la vida de una cocinera en la España del siglo XVIII con el mismo nivel de precisión histórica que un manual de cocina mexicana de un tiktoker whitexican. Los personajes se entregan a dramas románticos y amoríos como si estuvieran en un episodio de “Sex and the city” en lugar de en el siglo XVIII. Cada episodio está plagado de situaciones que parecen haber sido sacadas de un libro de autoayuda más que de un documento histórico.
¿Y qué pasa con los fanáticos de estas series? Debo admitir que no entiendo cómo alguien puede quedar atrapado en la ilusión de que estas series representan una visión fiel del pasado. Hay algo perturbador en la forma en que estos espectadores se sumergen en mundos de fantasía donde los problemas históricos se reducen a meros conflictos de telenovela. ¿Es que su vida es tan gris y monótona que necesitan refugiarse en estas recreaciones absurdas de la historia para sentirse vivos?
No sé qué es más desconcertante: si es la forma en que los creadores de estas series se apropian de la historia y la reducen a una serie de clichés sensacionalistas o la forma en que el público consume estos productos como si fueran el epítome de la precisión histórica. La forma en que estos espectadores parecen ignorar las evidentes fallas y errores históricos en favor de un drama entretenido y superficial es una tristeza. Me imagino que la gente prefiere vivir en una burbuja donde la historia se acomoda a su idealización del pasado, en lugar de enfrentar las complejidades reales.
Es asombroso cómo la popularidad de estas series nos dice mucho sobre la sociedad actual: un amor por el drama y la superficialidad, una fascinación por los detalles exquisitos que en realidad no son más que decoraciones sin sustancia. En lugar de buscar una representación precisa y enriquecedora de la historia, preferimos un pastel decorado con glaseado llamativo y relleno de vacío, como si eso fuera lo que realmente queremos.
En fin, Félix, mientras yo me dedico a hacer maratones de estos absurdos dramas históricos, no puedo evitar preguntarme si la gente que los ve realmente tiene algo mejor que hacer con sus vidas. O si acaso, al igual que yo, se están sumergiendo en estas burbujas de irrealidad para escapar de una realidad igualmente deprimente.
Con un saludo insomne y la esperanza de que tú puedas dormir, me despido.
Rebeca Jiménez.
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