31 de marzo de 2024
Querido Félix
¿Nunca te he contado de mis vacaciones familiares en la playa en mi infancia? Recuerdos de un el sol que era cruel como maestra de algebra, y la arena se colaba en todos los rincones de tu ser y esos horribles trajes ridículos que mi madre insistía en que lleváramos ¡Eran una verdadera afrenta a la dignidad y al buen gusto!
Recuerdo vívidamente cómo, año tras año, éramos arrastrados mis hermanos y yo, hacia el auto familiar para pasar nuestras vacaciones en un lugar donde la única diversión era sufrir. Desde el momento en que poníamos un pie en la playa, la pesadilla comenzaba. El sol golpeaba como un látigo, convirtiendo nuestra piel en un tono rojo brillante que competía con el color de los ridículos flotadores inflables que nos obligaban a llevar.
Y luego estaba la arena. Oh, esa arena, esa invasora implacable que se colaba en cada pliegue de nuestra ropa, cabello, piel y se negaba a abandonarnos incluso después de bañarnos durante horas. ¿Acaso no había algo mejor que hacer en vacaciones? ¿Quedarse en casa ocultos? ¿ver películas de misterio? ¿hacer misas negras?
Y no puedo olvidar los trajes de baño que mi madre insistía en que lleváramos. ¡Oh, esos malditos trajes de baño! Diseñados para hacerte lucir como un cruce entre un gnomo y un paquete de salchichas, eran una afrenta al buen gusto y a cualquier atisbo de dignidad que pudieras tener. ¿Por qué no podíamos simplemente llevar ropa normal como seres humanos civilizados?
Pero lo peor de todo era el aburrimiento. Mientras el sol nos achicharraba y la arena nos invadía, no había nada más que hacer que sentarse bajo una sombrilla desgastada y esperar a que el día llegara a su fin. ¿Dónde estaban las emocionantes aventuras y las actividades divertidas que prometían las películas de vacaciones? ¡Solo había monotonía y sufrimiento!
Oh, Félix, cómo deseaba que un tsunami llegara y nos llevara lejos de ese lugar de tormento. O mejor aún, que el arrebatamiento del apocalipsis viniera y nos llevara a todos al más allá, donde no había sol abrasador ni trajes de baño ridículos. Solo paz y tranquilidad, lejos de la locura de las vacaciones familiares en la playa.
Pero, como siempre, mis deseos quedaban sin cumplir y tenía que resignarme a soportar otra semana de penurias en la playa.
Con mi usual falta de entusiasmo por la vida
Rebeca Jiménez
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