Por Terrornauta
7 de enero 2024
Mary Shelley, la tejedora de pesadillas, es una presencia ineludible en el panteón del terror gótico, una autora cuyo legado se extiende como una sombra densa y eterna sobre el género.
En la era romántica, Mary Shelley fue una visionaria que, con su pluma maldita, dio vida a una criatura que superó los límites de lo imaginado. "Frankenstein o el moderno Prometeo", publicada en 1818, es el opus oscuro que yergue su figura literaria en medio de los escombros de la razón ilustrada. Shelley, como una peregrina de lo macabro, nos conduce a través de los pasillos de su propia mente, revelando un universo donde los miedos más profundos adquieren formas monstruosas.
En las páginas de "Frankenstein", se forja un pacto tenebroso entre la ciencia y lo sobrenatural, donde el rugido de las tormentas resuena en el alma del lector. La narrativa, cual letanía de lamentos y susurros prohibidos, nos sumerge en los abismos de la ambición humana y la creación desbordante. Victor Frankenstein, el moderno Prometeo, desafía los límites de la mortalidad, buscando usurpar los secretos de la creación divina.
La importancia de Mary Shelley en el género del horror radica en su capacidad para conjurar los terrores de lo desconocido, para dar voz a los temores que se esconden en las sombras de la imaginación. Shelley, como una profetisa del horror, nos enseña que las verdaderas monstruosidades no yacen solo en las formas grotescas, sino en la oscura maquinaria de la mente humana.
Al igual que Lovecraft, Shelley abraza la filosofía del horror cósmico, donde la insignificancia del hombre se revela ante la vastedad indiferente del universo. La criatura de Frankenstein, rechazada y despojada de su humanidad, encarna la soledad cósmica, la alienación de aquellos que se aventuran más allá de las fronteras establecidas por la naturaleza. Shelley, en su mirada inquisitiva, nos insta a confrontar las consecuencias de nuestras ambiciones desmedidas, a encarar las sombras que se proyectan cuando desafiamos las leyes fundamentales del cosmos.
La prosa de Shelley, impregnada de melancolía y desesperación, es una partitura macabra que se escucha en los corazones de los amantes del horror. En sus letras, encontramos la danza de la muerte y la resurrección, el ballet grotesco de la creación y la destrucción. Cada palabra es un lamento, cada párrafo una invocación de los miedos ancestrales que acechan en la penumbra de la existencia.
El terror de Mary Shelley trasciende lo superficial, penetrando en las profundidades de la psique humana. Su obra se convierte en un espejo que refleja los miedos primordiales, las inquietudes que acechan en la periferia de la conciencia. Shelley, como un guía en la oscuridad, nos conduce a través de los laberintos de la mente, donde las criaturas de nuestra propia creación esperan para reclamar sus derechos.
En el análisis de la importancia de Shelley en el género del horror, es imperativo señalar su contribución al concepto del monstruo como metáfora. La criatura de Frankenstein, aunque despojada de belleza física, posee una profundidad emocional que desafía las nociones convencionales de lo monstruoso. Shelley, como una alquimista de la emoción, infunde vida en su creación, convirtiéndola en un espejo distorsionado que refleja los miedos y las angustias de la humanidad.
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