24 de Diciembre 2023
¡Querido Félix!
Espero que esta carta te encuentre en un estado de ánimo lo suficientemente tolerable como para soportar mis quejas y lamentos, porque, sinceramente, no tengo tiempo ni energía para simular interés para desearle feliz navidad a nadie. Pero bueno, dejemos de lado las formalidades y vamos directo a el horror que fue la fiesta de fin de año en la oficina.
Oh, sí, la fiesta de fin de año, ese evento tan esperado por todos los empleados que buscan una excusa para disfrazar su desesperación laboral con sombreros de fiesta y luces de colores intermitentes. ¿Fiesta? Más bien parecía una reunión de almas perdidas en el purgatorio.
La "celebración" comenzó con la típica charla del jefe, que intentó motivarnos a todos a ser más productivos el próximo año. ¡Claro, como si la clave de la productividad fuera escuchar discursos aburridos mientras sostienes un vaso de ponche dudoso! Después de unos minutos de esa tortura, nos lanzaron a un buffet que estaba compuesto principalmente por mini sándwiches con relleno de algo que no lograba identificar. ¿Quién necesita comida gourmet cuando puedes disfrutar de la exquisitez de la desconocida gelatina rosa untada dentro de dos piezas de pan?
Y luego, Félix, llegó el momento culminante: el intercambio de regalos. ¿En qué momento de la historia de la humanidad alguien pensó que la mejor manera de celebrar la temporada era obligarnos a comprar regalos para personas que apenas conocemos y que probablemente preferiríamos evitar?
Me tocó regalarle a Jennifer del departamento de diseño editorial, esa que siempre está en la máquina de café que parece tener una relación más cercana con ella que con su propia familia. ¿Y qué demonios le regalas a alguien que parece vivir de café y conversaciones banales sobre doramas coreanos? Opté por una taza que decía "La vida comienza después del café". ¿Original? No. ¿Práctico? Ni idea. Pero, sinceramente, no me importa. Que Jennifer se entretenga con su taza mientras yo intento sobrevivir a otra reunión sin sentido.
Y, por supuesto, el regalo que recibí fue igual de decepcionante. Un set de velas aromáticas. ¡Velas! Como si mi vida estuviera tan carente de emoción que necesitara aromas artificiales para hacerla más interesante. Tal vez debería prenderlas todas a la vez y esperar a que los detectores de humo se activen y así escapar de esta rutina infernal.
El colmo fue el intento desesperado de organizar algún tipo de actividad "divertida". Un karaoke. Sí, un karaoke en el que los empleados más entusiastas (léase: desesperados por llamar la atención) tomaron el micrófono para demostrar al mundo su falta de talento vocal. Nunca pensé que podría extrañar el sonido monótono de la impresora en la oficina hasta que me vi obligada a escuchar a Karen del departamento de recursos humanos intentar cantar "Like a Virgin" de Madonna.
En fin, Félix, creo que la fiesta de fin de año de las oficinas debería clasificarse como un método de tortura moderno. Pero, como todo en esta vida, lo soportamos con una sonrisa falsa y la esperanza de que el próximo año nos brinde alguna razón para celebrar que el mundo se va a acabar y ya no habrá más de estas abyecciones.
Con mi usual falta de entusiasmo festivo.
Rebeca Jiménez
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