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La crónica del día: El Jaloguin




29  de octubre, 2023

Querido Félix

El viernes me enfrenté a la aberración humana en su máxima expresión: la fiesta de Halloween de la oficina. Oh, qué glorioso espectáculo de miseria y patetismo, donde mis colegas de la editorial se transformaron en criaturas aún más horrendas que sus personalidades ya de por sí espantosas.

La noche comenzó con el jefe incompetente, el cual, disfrazado de "jefe competente", intentó coordinar la orquesta de caos en la que se convirtió la oficina. No pudo ser más irónico, ni más inútil. Los diseñadores, como siempre, empeñados en demostrar su creatividad, optaron por disfraces “originales”, lo que solo podía ser interpretado como un intento de esconder su falta de estilo personal detrás de un manto de "arte".

Nuestro abogado, disfrazado de Vampiro, hizo todo lo posible para recordarnos que cualquier conversación casual podría llevar a un litigio. Estaba convencido de que alguien iba a demandar por un malentendido con respecto a la distribución de las botanas en el buffet. En realidad, todos estábamos demasiado ocupados tratando de no asfixiarnos con sus interminables monólogos legales.

La presencia de "gente de letras" se hacía notar a medida que los redactores trataban de impresionar a los demás con discursos pomposos disfrazados de prosa poética. Una de ellas, disfrazada de un personaje de su propia novela en proceso, recitaba pasajes interminables a cualquiera que tuviera la mala fortuna de cruzarse en su camino. Supongo que era su forma de pedir retroalimentación, aunque nadie más que ella entendía de qué diablos hablaba.

Y luego estaban las criaturas verdaderamente horripilantes: los entusiastas del disfraz de película de terror. ¿En serio, quién necesita una Monja diabólica o un Pennywise merodeando por la oficina? No contentos con incomodar a sus colegas, pasaron la noche en la esquina de la sala de juntas, mirando fijamente a través de sus máscaras mientras todos intentaban ignorar su presencia perturbadora.

El buffet, por su parte, era un festín de atrocidades culinarias. Los "platos de horror" eran una colección de abominaciones gastronómicas creadas por personas que claramente no tenían ni idea de cómo funciona una cocina. Los canapés de ojos de aceituna eran un intento desgarrador de hacer que las aceitunas parecieran apetitosas, y las "galletas ensangrentadas" se desmoronaban más rápido que la moral de un empleado tras una reunión con el jefe.

La música, si se le puede llamar así, era una mezcla caótica de gemidos, risas diabólicas y alaridos que se podía escuchar en todo el edificio. En medio de este pandemonio, alguien decidió interpretar una versión de "Monster Mash" en una melódica, una experiencia que se acercaba más a una pesadilla de Lovecraft que a una festividad de Halloween.

Por supuesto, no podía faltar el concurso de disfraces, donde los participantes desfilaron como si estuvieran en una pasarela de moda, demostrando que el exceso de autoestima es una de las pocas cosas que abundan en esta oficina. El premio se lo llevó un individuo que afirmaba ser una representación viva de un libro abierto. Si eso era un libro, seguro era uno muy malo de autoayuda.

Querido Félix, la fiesta de la oficina fue un espectáculo digno de una de pesadilla de Wes Craven. La miseria, lo patético y la aberración humana se exhibieron en su máxima expresión. Me pregunto si la próxima vez podríamos considerar una alternativa más sencilla, como simplemente evitar estas festividades. No estaría mal brincarnos navidad y año nuevo, ¿verdad?

Hasta la próxima.

Con desdén jaloguinesco

Rebeca Jiménez

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