Incidente, como bien lo señala Félix Carranza es: “un proyecto que permite la interrelación del espectador y distintas áreas del quehacer artístico con el espacio natural.” O como lo diría yo, el espectador gracias al arte se vuelve en lo que vive, en lo que siente.
Situarse uno como punto de incidencia y no como mero receptor, es una posición afortunada porque lo convierte a uno en la frontera entre el adentro y el afuera, porque vincula dos ámbitos temporales: el tiempo de los relojes- históricos, biológicos, sociales, dramáticos, las múltiples ciclicidades que nos alojan o circundan, que nos empatan o nos concatenan- y el tiempo interno, el ámbito de la conciencia, de lo imaginario, de la memoria.
Flotamos en ese equilibrio y reconocemos poco ese tiempo interno, o le damos poco crédito, aunque ejerzamos indefectiblemente. Quizás una de las primeras tareas de toda cultura tendría que ser la reconsideración de lo imaginario en la vida cotidiana, del tiempo y la conciencia.
Incidente puede ser una herramienta detonadora de esta reconsideración: la reflexión cuidadosa en torno al quehacer plástico, la naturaleza y su significación, y el enfrentamiento propio de sus temores, son una tarea vital como expansión de la experiencia y el goce.
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