El fraude electoral cometido contra el candidato presidencial del PRD en las elecciones mexicanas del 2006, ha movilizado algunas voces siempre atentas a los deslices de la democracia. Hay mucho resentimiento acumulado contra el funcionamiento de los regímenes democráticos: el resentimiento de las llamadas derechas nacionales que consideran a la democracia como liquidadora de las esencias patrias; el resentimiento de la izquierda que han digerido mal el triunfo de la democracia sobre el comunismo; el resentimiento de la cultura teocrática, desde la versión religiosa hasta el fundamentalismo débil de cierta moda neometafísica, de los que no le perdonan haber consolidado la laicización de la sociedad. Estas figuras hacen del caso mexicano la prueba del 2006: la democracia conduce a sistemas antidemocráticos. Es un tema recurrente, desde que Hitler pisoteó la democracia alemana, que invita a recordar algunas cosas.
Primera: Para que la democracia funcione es necesario un consenso generalizado sobre las reglas del juego. No puede funcionar cuando una de las partes da por supuesto que romperá la reglas que respetar es fundamental: la separación entre el gobierno y lo electoral.
Segunda: La democracia no se reduce al ejercicio de votar. Requiere una serie de condiciones, que constituyen la escena política democrática cuya marco es la garantía del ejercicio de las libertades básicas. El régimen burocrático y corrupto que se desmorona en México nunca dio estas garantías.
Tercera: Una votación en una sociedad sin consenso democrático no es la instauración de la democracia, a lo sumo es un paso hacia la democracia y una radiografía de las relaciones de fuerzas.
Cuarta: El totalitarismo no es un destino de la democracia. Sólo emerge cuando ésta no puede conseguir el consenso necesario. Y ello ocurre en coyunturas de inseguridad económica, de descrédito de la política o de miedo por la presión del entorno. En el mundo se han encendido algunas señales de alarma: de no mediar un retorno de la política, podrían producirse desviaciones autoritarias graves.
Quinta: Los enemigos de la democracia pueden actuar en el marco de la democracia. Esta es la fuerza y la debilidad del sistema, obligado a mantener las formas contra los que usan sus reglas para hundirla. La democracia no es un régimen blindado, pero hay que perder el miedo a defenderla.
El caso mexicano es un sintomático fracaso de la democracia y, en especial, de los regímenes democráticos de los países industrializados. La incapacidad para relacionarse con la periferia de los países en vías de desarrollo está resultando trágica.
La mala conciencia de las antiguas metrópolis hace estragos. EU ha visto impotente cómo la situación mexicana se degradaba permanentemente hasta ser pasto del crimen organizado, al tiempo que perdía peso e influencia en la zona.
El ejemplo mexicano es un aviso: hay que abandonar definitivamente las conductas mezquinas y ambiciosas que ciertas esferas de la cultura occidental es tan aficionada. Hay que perder la vergüenza a ser demócratas. Y tratar sin tapujos a los que pretenden hacer de la corrupción virtud y de la intolerancia sistema.
No hay que dejarse arrastrar por el interés en dramatizar la situación mexicana, por parte de los partidarios de bunkerizar EU, prestos a aumentar la paranoia de la ciudadanía occidental. Los republicanos ya está pidiendo que EU prohíba la entrada de inmigrantes mexicanos. Los miedos de los países ricos no justifican depositar la confianza en unos perdedores que han reventado el procedimiento democrático antes de que lo reventaran los “populistas”. Es un camino más directo a la radicalizacíón que a la democracia. Había que poner a la sociedad mexicana ante la responsabilidad de garantizar el funcionamiento del sistema y actuar sin complacencia en el caso de que liquidaran los precarios mecanismos democráticos e instauraran el Estado empresarial. Hay que acabar con una tradición de la mansedumbre e indiferencia: la coartada para los déspotas, como barricada contra el enemigo. Hay que ser exigentes con todos y actuar sin mala conciencia contra los que no respetan a las personas y las libertades.
Primera: Para que la democracia funcione es necesario un consenso generalizado sobre las reglas del juego. No puede funcionar cuando una de las partes da por supuesto que romperá la reglas que respetar es fundamental: la separación entre el gobierno y lo electoral.
Segunda: La democracia no se reduce al ejercicio de votar. Requiere una serie de condiciones, que constituyen la escena política democrática cuya marco es la garantía del ejercicio de las libertades básicas. El régimen burocrático y corrupto que se desmorona en México nunca dio estas garantías.
Tercera: Una votación en una sociedad sin consenso democrático no es la instauración de la democracia, a lo sumo es un paso hacia la democracia y una radiografía de las relaciones de fuerzas.
Cuarta: El totalitarismo no es un destino de la democracia. Sólo emerge cuando ésta no puede conseguir el consenso necesario. Y ello ocurre en coyunturas de inseguridad económica, de descrédito de la política o de miedo por la presión del entorno. En el mundo se han encendido algunas señales de alarma: de no mediar un retorno de la política, podrían producirse desviaciones autoritarias graves.
Quinta: Los enemigos de la democracia pueden actuar en el marco de la democracia. Esta es la fuerza y la debilidad del sistema, obligado a mantener las formas contra los que usan sus reglas para hundirla. La democracia no es un régimen blindado, pero hay que perder el miedo a defenderla.
El caso mexicano es un sintomático fracaso de la democracia y, en especial, de los regímenes democráticos de los países industrializados. La incapacidad para relacionarse con la periferia de los países en vías de desarrollo está resultando trágica.
La mala conciencia de las antiguas metrópolis hace estragos. EU ha visto impotente cómo la situación mexicana se degradaba permanentemente hasta ser pasto del crimen organizado, al tiempo que perdía peso e influencia en la zona.
El ejemplo mexicano es un aviso: hay que abandonar definitivamente las conductas mezquinas y ambiciosas que ciertas esferas de la cultura occidental es tan aficionada. Hay que perder la vergüenza a ser demócratas. Y tratar sin tapujos a los que pretenden hacer de la corrupción virtud y de la intolerancia sistema.
No hay que dejarse arrastrar por el interés en dramatizar la situación mexicana, por parte de los partidarios de bunkerizar EU, prestos a aumentar la paranoia de la ciudadanía occidental. Los republicanos ya está pidiendo que EU prohíba la entrada de inmigrantes mexicanos. Los miedos de los países ricos no justifican depositar la confianza en unos perdedores que han reventado el procedimiento democrático antes de que lo reventaran los “populistas”. Es un camino más directo a la radicalizacíón que a la democracia. Había que poner a la sociedad mexicana ante la responsabilidad de garantizar el funcionamiento del sistema y actuar sin complacencia en el caso de que liquidaran los precarios mecanismos democráticos e instauraran el Estado empresarial. Hay que acabar con una tradición de la mansedumbre e indiferencia: la coartada para los déspotas, como barricada contra el enemigo. Hay que ser exigentes con todos y actuar sin mala conciencia contra los que no respetan a las personas y las libertades.
Comentarios
Hasta que me hace caso de publicar eso que luego tiene bien escondido¡