Inventario del año que se va
El año se despide
como un huésped cansado,
deja sus zapatos en la puerta
y un rastro de polvo en la memoria.
No pide perdón.
Nunca lo hace.
Trae en los bolsillos
las noches que dolieron,
las palabras mal dichas,
las veces que confundimos costumbre
con amor,
y miedo
con lealtad.
También deja migajas de luz:
una risa que nos salvó sin saberlo,
un abrazo a destiempo,
un día cualquiera
que todavía arde cuando lo recordamos.
Ahora toca elegir.
El año no se lleva nada por sí solo.
Somos nosotros
quienes decidimos qué cargar
en el equipaje del próximo amanecer.
Hay quienes guardan el rencor
como si fuera herencia,
quienes conservan a quien hiere
por no aprender a estar solos,
quienes dejan ir
a quien los quiso bien
porque amar también exige coraje.
Otros —pocos—
aprenden a soltar.
Dejan caer lo inútil,
lo que ya no florece,
lo que solo existe
para repetir el mismo error.
El año se va
sin explicaciones.
Para algunos fue escuela,
para otros,
solo otro círculo más
donde el tiempo giró
sin tocar el centro.
Yo me quedo
con lo que me rompió
y me enseñó a mirar distinto,
con lo que dolió lo suficiente
como para no olvidarlo,
pero no tanto
como para volver a vivir ahí.
El año se va.
La lección se queda
si alguien se atreve a leerla.
OA
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