Por Terrornauta
El ser humano siempre ha sentido una fascinación profunda por los relatos que evocan temor y zozobra. Esta atracción no solo nace de un deseo morboso por lo desconocido, sino también de un impulso inherente a nuestra naturaleza: enfrentar nuestros miedos más primarios desde la seguridad del relato, donde el peligro es simbólico y controlado.
Origen de la fascinación por el miedo
El miedo es una emoción ancestral, profundamente arraigada en nuestra psicología. Desde nuestros días como cazadores y recolectores, sentir miedo nos ayudaba a sobrevivir, alertándonos ante posibles amenazas. Este instinto, aunque ya no es tan vital en nuestro mundo moderno, permanece vivo en nuestro inconsciente, alimentando nuestro interés por historias que lo evoquen. La literatura y el cine de terror actúan como un espacio seguro para explorar esa emoción intensa, permitiéndonos experimentar el peligro sin exponernos físicamente.
Freud, en su ensayo "Lo siniestro" (1919), explicaba que el miedo no solo viene de lo desconocido, sino también de lo familiar que se torna extraño, resonando en las profundidades de nuestro inconsciente. Jacques Lacan amplió este concepto con la idea de "extimidad", donde el miedo conecta lo externo con nuestros miedos más íntimos, haciendo que lo que nos asusta en el mundo exterior sea un reflejo de nuestras propias sombras internas.
A través de la historia, los relatos que buscan generar miedo han sido un espejo de las ansiedades culturales de cada época. En el siglo XVIII, con la novela gótica como "El castillo de Otranto" de Horace Walpole, los temores estaban ligados al declive de la aristocracia y la ruptura con las tradiciones. En el siglo XX, el auge del cine de terror reflejaba los temores a la guerra, la ciencia descontrolada y las crisis sociales. Obras como "Drácula", "Frankenstein" y más tarde, películas como “Psicosis” o “La noche de los muertos vivientes”, canalizaban esos miedos colectivos en narrativas terroríficas.
Una paradoja intrigante del género es cómo logramos disfrutar del miedo. Desde un punto de vista biológico, el terror desencadena una liberación de adrenalina, similar a lo que ocurre durante una montaña rusa. Esta experiencia puede ser placentera, especialmente cuando sabemos que no estamos en peligro real. Además, para muchos, las historias de terror son una forma de confrontar sus propias ansiedades y ejercitar el coraje emocional en un contexto ficticio y controlado.
A través de estas historias, comprendemos que el miedo no es solo una emoción a evitar, sino un elemento esencial de nuestra existencia, un recordatorio de que estamos vivos. ¿Acaso hay algo más profundamente humano que ver al abismo y sentir que te devuelve la mirada?
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