Por TPS
Había una vez una mujer llamada Sara, que desde los 17 años había sentido una "llamada espiritual". Esa llamada, según ella, no era otra cosa que el sonido de un cuenco tibetano comprado en una tienda de decoración en Polanco. Convencida de que su propósito en la vida era guiar a otros hacia la iluminación, Sara emprendió una búsqueda incansable de "sabiduría ancestral", que consistía principalmente en pagar miles de pesos en cursos de fines de semana con nombres como “Conexión mística: cómo ser tu mejor versión en vibraciones positivas”.
En su búsqueda espiritual, Sara se convirtió en cliente frecuente de los mercados esotéricos del Centro Histórico, donde acumuló cuarzos, velas aromáticas y amuletos de dudosa procedencia. Pagaba limpias en el Zócalo, donde los "sabios" con plumas y copales la liberaban de energías negativas, aunque inexplicablemente estas siempre regresaban tras conversar con sus amigas.
Sara también asistía a talleres de constelaciones familiares, donde le decían que la causa de su malestar era un bisabuelo que no había resuelto su karma con los perros callejeros. Siguió con retiros de ayuno de jugos, danza de chakras y sesiones de reiki impartidas por un gurú argentino que, tras desaparecer con el dinero de todos, dejó en claro que su verdadera enseñanza era el desapego material.
Para los 40 años, Sara había invertido lo suficiente como para abrir una franquicia de Disneylandia en México, pero ahora ya no tenía ni un centavo, ni un plan claro, ni el sentido de su existencia. A pesar de ello, decidió que su nueva meta sería compartir su experiencia de vida con otros. Abrió un canal de YouTube llamado "Namasté con Sara" en el que prometía a sus seguidores que "el sentido de la vida se encuentra al final del siguiente curso intensivo de chakras en Tepoztlán".
Desafortunadamente, el algoritmo de YouTube no reconoció su sabiduría divina y su canal pasó desapercibido, salvo por los cinco likes de su mamá, su prima y tres bots de spam. Sin embargo, Sara no se desanimó. "Todo es un aprendizaje", decía mientras guardaba los pocos pesos que le quedaban para pagar su próximo retiro.
Moraleja:
Cuando buscas el sentido de la vida a través de la billetera, lo único que logras iluminar es el bolsillo de otros.
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