Por Terrornauta
Caminando entre los callejones húmedos y estrechos de la colonia Atlampa, Clara no podía dejar de mirar hacia atrás. Algo en la atmósfera de la noche la hacía sentir observada, como si el mismo barrio, con su caótica maraña de cables eléctricos y sus fachadas desconchadas, tuviera ojos que la seguían en cada esquina. Pero Clara estaba decidida. Había oído hablar de la bruja desde hacía semanas, y aunque al principio descartó la idea como un rumor más del mercado, el vacío que sentía en el pecho había crecido demasiado como para ignorarlo.
Cruzó la última esquina, donde la luz amarillenta del alumbrado apenas era un eco, y llegó a la puerta de una casa que parecía haberse encogido con los años. Era una estructura de adobe y madera, con un marco de puerta carcomido y un letrero que decía: "LECTURA DE CARTAS. CUMPLE TUS DESEOS". El texto estaba pintado a mano, con una caligrafía torcida que parecía advertir más que invitar. Clara respiró hondo y golpeó la puerta con los nudillos.
Una anciana la recibió, vestida con un rebozo negro que parecía absorber la poca luz que había en el pasillo. Sus ojos, hundidos y oscuros, se fijaron en Clara con una intensidad que hizo que sus palabras se atorasen en la garganta.
—¿Qué necesitas, niña? —preguntó la mujer sin preámbulos, como si ya supiera la respuesta.
Clara bajó la mirada, sintiendo el peso de su propia decisión. Sus manos se aferraban al bolso barato que llevaba, y la voz le salió en un murmullo tembloroso.
—Quiero que alguien me ame.
La anciana no respondió de inmediato. En cambio, la invitó a entrar con un movimiento de la mano, y Clara la siguió a una sala pequeña donde el aire olía a cera derretida y hierbas secas. La mesa estaba cubierta con un mantel descolorido, y sobre ella descansaban un par de velas rojas que ardían con una llama que parecía más viva de lo normal.
—¿Estás segura? —preguntó la mujer mientras rebuscaba entre un montón de frascos y plantas disecadas. Su voz tenía un tono áspero, como si cada palabra le costara esfuerzo.
Clara asintió con firmeza, aunque su estómago se retorcía. Sí, estaba segura. Había esperado demasiado tiempo para que Antonio la notara, y ahora que lo veía reír y coquetear con otras mujeres en el mercado, no podía soportarlo más. La bruja sonrió levemente, con una mezcla de burla y lástima, y le entregó un frasco pequeño con un líquido oscuro y espeso.
—Pon esto en su bebida, o mézclalo con su comida. Pero recuerda: lo que estás pidiendo tiene un precio más allá del dinero, y no hay vuelta atrás.
Clara asintió y se marchó con el frasco escondido en su bolso y una mezcla de emociones que la hacían sentirse ligera y aterrada al mismo tiempo.
No pasó mucho tiempo antes de que Clara pusiera en práctica lo que la bruja le había dado. Una tarde, en el mercado, aprovechó un descuido de Antonio para verter el líquido en su vaso en su café. Lo observó beberlo con nerviosismo, sintiendo que su corazón latía al mismo ritmo que el de un tambor.
Al principio, nada parecía haber cambiado. Antonio seguía comportándose igual, charlando con sus clientes y ofreciendo bromas a las mujeres que pasaban por su puesto. Pero, con el tiempo, Clara notó pequeños cambios. El empezó a buscarla con más frecuencia, a acercarse a su puesto con excusas banales para hablar con ella. Sus ojos, antes indiferentes, ahora parecían arder con una intensidad que la hacía sonrojarse.
Para Clara, aquellos primeros días fueron como un sueño cumplido. Antonio le llevaba flores que robaba de otros puestos, la acompañaba a su casa y le decía palabras que ella había deseado escuchar por tanto tiempo. Poco después, le pidió ser su novia, y Clara sintió que su vida por fin estaba tomando el rumbo que siempre había imaginado.
Sin embargo, el entusiasmo de Antonio pronto se transformó en algo diferente.
La obsesión comenzó a manifestarse en detalles que Clara no pudo ignorar. El empezó a aparecer en su casa sin avisar, incluso en horas en las que sabía que ella estaba trabajando. Una vez, lo encontró sentado en la banqueta frente a su puerta, con los ojos enrojecidos y un ramo de flores destrozadas en las manos.
—No podía dormir —dijo, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Solo quería verte.
Clara intentó restarle importancia, pero conforme pasaron los días, la conducta de Antonio se volvió más invasiva. Le enviaba mensajes constantes, exigiendo saber dónde estaba, con quién hablaba y por qué no respondía más rápido. Su amor, que al principio había sido cálido y reconfortante, ahora la envolvía como una niebla espesa que la asfixiaba.
Una noche, Antonio apareció en su casa con el rostro desencajado. Sus ojos, que antes le parecían dulces, ahora tenían un brillo febril.
—¿Por qué no contestaste mis llamadas? —preguntó, su voz temblando entre el enojo y el dolor.
Clara trató de calmarlo, pero cada palabra parecía alimentar su furia. Antonio golpeó la pared con el puño, y ella vio en sus ojos algo que nunca había visto antes: una amenaza.
Desesperada, Clara volvió a buscar a la bruja. Esta vez, el miedo que sentía era más grande que el deseo que la había llevado allí la primera vez.
—Quiero que deshagas lo que hiciste —dijo, con lágrimas en los ojos—. Antonio... Antonio no es el mismo. Ya no lo soporto.
La bruja la miró con calma, como si ya hubiera anticipado su regreso. Con un suspiro, sacudió la cabeza.
—No puedo deshacer lo que tú misma pediste —respondió—. Lo que él siente por ti no es amor. Es el reflejo de tu deseo, amplificado hasta volverse una prisión. Es tu propia obsesión devuelta.
Clara sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Quiso gritarle, exigirle una solución, pero las palabras murieron en su garganta.
—El amor forzado nunca trae felicidad, niña. Solo dolor. Ahora, debes vivir con lo que creaste.
Los días siguientes fueron un infierno. Antonio se volvió aún más controlador, siguiéndola a todas partes y asegurándose de que no hablara con nadie más. Clara se sintió atrapada, como un pájaro en una jaula que ella misma había construido.
Clara nunca volvió a ser la misma. Se mudó de la colonia, tratando de dejar atrás el recuerdo de Antonio y lo que había hecho. Pero cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro, y sentía que, de alguna manera, él seguía ahí, acechándola desde las sombras.
Porque el amor, cuando se fuerza, nunca muere del todo. Solo se transforma en algo mucho peor.
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