Por Andrea Méndez
"La Noche Avanza" (1952), dirigida por Roberto Gavaldón, es una joya del cine mexicano que nos sumerge en una narrativa visual tan rica como la vida misma. Esta película no solo nos cuenta una historia; nos muestra, nos hace sentir el pulso de una época.
Marcos (Pedro Armendariz), el protagonista, es un jugador de jai alai cuya existencia se desgrana entre apuestas y desafíos, tanto en la cancha como fuera de ella. La cámara de Jack Draper lo sigue de cerca, capturando cada gesto, cada mirada, tejiendo así un relato donde las palabras sobran.
La luz juega un papel crucial en esta narración sin palabras. Las sombras alargadas y los claroscuros no solo delinean la figura de Marcos, sino que también nos hablan de su lucha interna, de esa dualidad que nos define a todos. La noche y sus penumbras se vuelven el escenario perfecto para desentrañar los misterios del alma humana.
El ritmo es otro elemento que Gavaldón maneja con maestría. La alternancia entre la rapidez de las partidas y la lentitud reflexiva de los momentos íntimos, nos mantiene en vilo, expectantes. Es un reflejo de nuestra propia existencia: momentos de calma seguidos por repentinas tormentas.
La Ciudad de México no es solo un escenario; es un personaje más que respira y se mueve. Sus calles y edificios son el espejo donde se reflejan las emociones de Marcos, y a la vez, un laberinto del que parece imposible escapar.
"La Noche Avanza" es, una reflexión sobre las elecciones y sus consecuencias. El director nos hace preguntarnos sobre la responsabilidad de nuestros actos y su eco en el mundo que nos rodea. La película es un recordatorio de que, aunque el mundo cambie, nuestras pasiones y flaquezas siguen siendo las mismas.
Esta obra es un ejemplo sublime de cómo la narrativa visual puede ser empleada para abordar temas complejos de una manera elegante y dinámica. Gavaldón, nos muestra más allá de lo aparente, nos lleva a descubrir los significados ocultos en las sombras de nuestra existencia.
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