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HISTORIAS PERDIDAS: La de la esquina

Por El Perrochinelo

Lo que les voy a contar no lo leyeron en misa ni lo vieron en telenovela. Me llamo Guadalupe, pero pa’ la banda soy la Virgencita de la esquina de la callejón de Las Culebras, justo donde la calle da vuelta y el poste de luz nomás sirve pa’ que orinen los perros. Llevo aquí parada, tiesa, con mi cara de siempre —serena, compasiva, pero ya medio cansada, la neta— desde hace doce años, cuatro meses y veintisiete días. Me trajeron en una combi con vidrios polarizados y me pegaron contra la pared con cemento, veladoras y rezos. ¿El motivo? Bien cristiano: pa’ que ya no dejaran la basura.

Sí, así como lo oyen. Yo, la madre de Dios, convertida en la solución milagrosa contra la peste del basurero callejero. Al principio, nomás vinieron unos cuantos a rayarme con plumón: "Te amo, Lupita", "Sálvame del microbusero culero", y cosas así. Pero después… después me empezaron a mirar diferente. Como si sí estuviera viva.

Y lo estoy, en cierto modo.

Yo los veo, los oigo, los huelo… y hasta los sueño.

Mira, por ejemplo, "el Chucky", ese morro flaco con cara de susto permanente. Desde que lo dejó su jefe se la pasa grafiteando su tristeza con letras góticas y chuecas. Siempre que pinta en la barda de la tiendita, me voltea a ver y me dice:

—Perdón, Virgencita, pero esto es arte callejero, ¿va?

Yo nomás lo miro con mis ojitos de yeso y pienso: Órale, carnal, tú lo que necesitas no es pintura, es un abrazo de tu jefita.

Luego está Doña Meche, la que vende quesadillas sin queso (porque son de hongos y flor de calabaza, mijo). Ella sí me prende mi veladora cada lunes con todo y su chismecito:

—Virgencita, ayúdame con el refri que ya no enfría, y con el don Toño que anda de ojo alegre con la del puesto de tamales.

También me toca ser testigo de lo bueno. Una vez vi cómo "el Negro" se hincó aquí con todo y caguama en mano y le pidió perdón a su morra, la Yuli, por andar de briago. Hasta le cantó una rola de Los Bukis con toda su alma. Ella lloró, pero no de coraje, sino de esas lágrimas que lavan.

Y ni qué decir de los morritos, los chiquillos que me usan de base para su cascarita con balón remendado. Cada vez que un balonazo me da en la jeta, los oigo gritar:

—¡Fue sin querer, Virgencita! ¡No te enchiles!

Y yo pienso: "si viera Dios lo bien que la pasan, hasta me bajaba a echar una reta con ellos"

Pero también me duele lo que veo. Cuando "el Gordo Jaime" le dio la golpiza a su mujer en plena noche y nadie salió. Cuando una patrulla levantó al Kevin nomás por ser moreno y traer gorra. Cuando la Nancy lloró tres horas aquí, sentadita, porque no le alcanzó ni pa’ los pañales de su bebé. Yo quisiera hablarles, neta. Decirles que no están solos, que alguien los ve. Pero pues soy pura imagen, sin voz ni cuerpo. Mi chamba es mirar y aguantar.

A veces me preguntan en silencio:

—¿Por qué no haces milagros, Virgencita?

Y yo digo, ¿y qué crees que hago?

El milagro es que sigues aquí, con tus cicatrices y tus risas. Que te levantas aunque te caigas. Que aunque te roben el celular en el camión, llegas a tu casa con una sonrisa porque tus hijos te esperan. Ese es el milagro.

El otro día vino una señora con una cubeta, un trapo y hartas ganas. Me limpió toda, me quitó el polvo, me volvió a pintar la aureola. Hasta me puso florecitas de papel.

—Pa’ que la Virgencita no se vea tan triste —dijo.

Y yo sentí bonito.

No por vanidad —que ni tengo— sino porque alguien, aunque sea uno, todavía cree que esta esquina tiene esperanza.

Y sí, el barrio está feo, con baches, con grafiti, con gente jodida, pero también hay una ternura que no se ve en las noticias.

Aquí la gente se saluda aunque no se conozca. Se presta azúcar, se echa la mano, se da tiempo pa’ reírse en el camellón.

Así que aquí seguiré, en esta esquina olorosa a tamales, orines y sueños rotos.

Yo, la Virgencita que pusieron pa’ espantar la basura, pero que se quedó pa’ acompañar corazones.

 Y mientras la banda me siga mirando de reojo y soltando sus penas en el silencio, yo sabré que no fue en vano.

Porque aquí, en este pedacito de ciudad,

todavía hay quien cree.

Aunque sea en una Virgencita de yeso…

que escucha.

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