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Autorretrato con vestido de terciopelo. 1926 |
Por Félix Ayurnamat
Frida Kahlo es una de esas artistas que parecen imposibles de encasillar. No solo por su obra, sino porque su vida se entrelaza con su arte de una manera tan profunda que separarlos sería como tratar de dividir la raíz del árbol de sus hojas. Su pintura es una extensión de su cuerpo, de su historia y de su forma de ver el mundo. Cada pincelada, cada símbolo, cada composición es un testimonio de su existencia, de sus dolores físicos, emocionales y de sus pensamientos sobre la identidad, el género, la política y el arte mismo.
Nació en 1907, aunque solía decir que había nacido en 1910, el año de la Revolución Mexicana. Esto ya nos dice algo sobre su forma de construirse a sí misma: Frida entendía que la identidad no es solo algo que nos es dado, sino algo que se elige y se narra. Desde muy joven, la vida la puso a prueba. A los seis años tuvo polio, lo que dejó una secuela en su pierna derecha. A los dieciocho, sufrió un accidente de tranvía que la dejó con fracturas múltiples en la columna, la pelvis y la pierna, además de otras lesiones internas. Fue en ese periodo de convalecencia cuando comenzó a pintar con mayor dedicación.
Lo interesante de Frida es que, aunque su técnica tiene influencias de la pintura académica europea y del arte popular mexicano, su mirada es profundamente personal. Su obra no busca imitar estilos, sino expresar su mundo interno. Esto se nota en cuadros como Las dos Fridas, donde vemos dos versiones de ella misma tomadas de la mano, una con el corazón expuesto y otra con una vena que parece a punto de desgarrarse. O en La columna rota, donde su cuerpo aparece atravesado por clavos y sostenido por un corsé ortopédico. Estas imágenes, aunque parten de su experiencia personal, tienen una potencia simbólica que las hace universales.
Me llama la atención la forma en que Frida Kahlo ha sido interpretada a lo largo del tiempo. En vida, no tuvo el reconocimiento que hoy tiene. Fue más bien vista como "la esposa de Diego Rivera", aunque artistas como André Breton la admiraban profundamente. Breton, el teórico del surrealismo, llegó a decir que su obra era "surrealista por naturaleza". Sin embargo, ella rechazaba esta etiqueta: "Yo no pinto sueños, pinto mi realidad", decía. Y creo que en esa frase está una de las claves para entender su trabajo.La columna rota. 1944
Mientras que los surrealistas europeos jugaban con lo irracional desde una perspectiva intelectual, Frida parte de su propio cuerpo y de sus experiencias para construir imágenes que parecen oníricas, pero que tienen una raíz real. Esto la hace distinta a pintores como Dalí o Magritte, cuyas imágenes pueden parecer un juego de la mente. En Frida, en cambio, hay una dimensión física, incluso visceral.
Algo que me parece muy interesante es la forma en que usa su imagen. Frida se convirtió en su propio lienzo. Su vestimenta, sus peinados, su forma de posar en las fotografías eran parte de una construcción de identidad. Usaba ropa tradicional mexicana, en particular de Tehuantepec, lo que tenía una dimensión tanto política como estética. En un México posrevolucionario, donde la identidad nacional estaba en proceso de redefinición, Frida adoptó elementos de la cultura popular como una afirmación de lo mexicano frente a lo europeo. Pero al mismo tiempo, estos vestidos largos y voluminosos también le servían para ocultar sus lesiones y la fragilidad de su cuerpo.
La relación entre su cuerpo y su obra es fundamental. No es coincidencia que muchos de sus cuadros sean autorretratos. En una entrevista, dijo que se pintaba a sí misma porque era el tema que mejor conocía. Pero creo que hay algo más: su cuerpo era su campo de batalla, el espacio donde experimentaba el dolor y la resistencia. Su obra es un testimonio de esa lucha constante.
Uno de los aspectos más complejos de su pintura es cómo mezcla el sufrimiento con la afirmación de la vida. Muchas de sus imágenes son dolorosas, pero no son simplemente representaciones del sufrimiento. También hay una fuerza, un sentido del humor negro, una afirmación de la existencia a pesar de todo. En Viva la vida, por ejemplo, pinta sandías con la inscripción que da título a la obra. En Autorretrato con collar de espinas y colibri, su mirada desafiante contrasta con los elementos de tortura que la rodean.
Otro tema recurrente en su obra es la maternidad frustrada. Después de su accidente, tuvo varios embarazos que no llegaron a término. Este dolor aparece en cuadros como Henry Ford Hospital, donde se representa en una cama de hospital, conectada por delgados hilos rojos a imágenes flotantes que simbolizan el hijo perdido, su pelvis fracturada y otros elementos de su experiencia.
Es imposible hablar de Frida sin mencionar su relación con Diego Rivera. Fue una relación intensa, llena de amor y conflicto. Se casaron, se divorciaron y volvieron a casarse. Diego la apoyó en su carrera, pero también le fue infiel repetidamente, incluso con la hermana de Frida. Ella, por su parte, tuvo relaciones con hombres y mujeres, entre ellos León Trotsky y la fotógrafa Tina Modotti. Esta relación con Diego se refleja en muchas de sus pinturas, como Diego en mi pensamiento, donde lo representa en el centro de su frente, como si estuviera atrapado en su mente.
En los últimos años de su vida, su salud se deterioró aún más. Le amputaron una pierna, pasó largas temporadas en cama y su dolor se intensificó. Aun así, siguió pintando y participando en la vida política. Su última aparición pública fue en una manifestación en contra de la intervención estadounidense en Guatemala.
Hoy, Frida Kahlo es un ícono global. Su imagen aparece en todo, desde camisetas hasta tazas de café. Esto me lleva a preguntarme: ¿qué significa realmente su legado? ¿Hasta qué punto la Frida comercializada se parece a la Frida real? Por un lado, es positivo que su figura haya alcanzado un reconocimiento masivo, pero por otro, hay una simplificación de su obra y su historia. A veces parece que se le reduce a un símbolo de "fuerza femenina" o de "resiliencia", sin considerar la complejidad de su arte y su pensamiento.
Lo que me interesa de Frida Kahlo no es solo su biografía ni su imagen, sino la forma en que su arte sigue dialogando con el presente. Sus preguntas sobre la identidad, el cuerpo, el dolor y la representación siguen siendo relevantes. Mirar sus cuadros es entrar en un universo donde lo personal y lo político, lo íntimo y lo colectivo, lo bello y lo terrible conviven en un equilibrio frágil pero poderoso. Y quizás ahí radica su verdadera fuerza: en su capacidad para seguir hablándonos, más allá del tiempo y las etiquetas.
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