Por Félix Ayurnamat
José María Velasco Gómez-Obregón es uno de esos artistas que logran cambiar nuestra forma de mirar el mundo. Sus paisajes no solo representan lugares, sino que también cuentan historias. Al mirar sus obras, siento que estoy frente a una ventana que no solo da hacia la naturaleza, sino también hacia el espíritu de un México que estaba construyéndose como nación. Su pincel no solo registraba lo que veía, sino que interpretaba, cuestionaba y, en cierta medida, inventaba una identidad visual para el país.
Velasco nació en 1840 en Temascalcingo, un pequeño pueblo del Estado de México. Desde el principio, su conexión con la naturaleza fue profunda. Imagino que crecer rodeado de montañas y cielos abiertos tuvo que haber influido en su sensibilidad artística. Cuando era joven, se mudó a la Ciudad de México para estudiar en la Academia de San Carlos, donde fue alumno de Eugenio Landesio, un pintor italiano que trajo consigo la tradición del paisajismo europeo. Pero lo interesante de Velasco es que no se limitó a imitar los estilos europeos; tomó lo que aprendió y lo transformó en algo completamente suyo.
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El valle de México, 1877. José María Velasco |
Cuando pienso en sus obras, inmediatamente vienen a mi mente obras como El Valle de México, una de sus pinturas más conocidas. En esta obra, vemos una vista panorámica del valle, con sus montañas, los lagos y un cielo que parece extenderse para siempre. Pero lo que más me impresiona no es solo la habilidad técnica de Velasco, que es innegable, sino la forma en que logra capturar algo más que un paisaje. Cada elemento en la pintura parece estar cargado de significado. Los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, por ejemplo, no son solo montañas; son símbolos, testigos silenciosos de la historia y la cultura del país.
¿Qué quería decirnos Velasco con estas imágenes? Creo que, en parte, estaba proponiendo una visión de México que iba más allá de sus problemas políticos y sociales. En una época en la que el país estaba lidiando con invasiones extranjeras, guerras civiles y un constante conflicto interno, sus paisajes ofrecían una imagen de estabilidad y grandeza. Pero también hay algo más. Al mostrar el valle desde un punto elevado, Velasco nos muestra el mundo desde una perspectiva más amplia, casi filosófica. Es como si nos estuviera diciendo: “Miren, esto es lo que somos, esto es lo que podemos ser”.
Uno de los aspectos que más me llaman la atención de su obra es cómo equilibra la precisión científica con la sensibilidad artística. Velasco era un observador meticuloso de la naturaleza. Estudió geología, botánica y meteorología, y esta formación se refleja en su trabajo. En sus cuadros, cada árbol, cada nube, cada sombra está representada con una exactitud que es casi fotográfica. Pero al mismo tiempo, hay una poesía en sus paisajes que va más allá de lo meramente técnico. Es como si Velasco estuviera buscando una verdad más profunda, algo que no se puede medir ni clasificar, pero que se siente al mirar su obra.
Me resulta interesante comparar a Velasco con otros artistas mexicanos. Mientras que los muralistas del siglo XX, como Diego Rivera y José Clemente Orozco, se enfocaron en representar al pueblo y sus luchas, Velasco parece estar más interesado en el entorno. Sus paisajes son escenarios en los que la historia de México se despliega. Pero, ¿es esto menos político? No lo creo. Al mostrar la belleza y la riqueza del territorio mexicano, Velasco también está haciendo una declaración política. Está diciendo que este es un país que vale la pena conocer, cuidar y querer.
Otro aspecto que me parece fascinante es cómo Velasco logra captar el cambio en sus paisajes. Si observamos sus obras a lo largo del tiempo, podemos ver cómo el Valle de México se transforma. Los primeros cuadros muestran un paisaje casi intacto, mientras que en los posteriores empiezan a aparecer elementos de modernización, como vías de tren y construcciones humanas. Esto me hace pensar sobre cómo el arte puede ser una herramienta para documentar no solo lo que existe, sino también lo que está desapareciendo. En este sentido, Velasco no solo es un pintor, sino también un cronista visual.
¿Qué tan diferente sería nuestra idea de México sin los paisajes de Velasco? Creo que su influencia va más allá del arte. Sus pinturas modelaron la percepción del país de varias generaciones, gracias a las cajetillas de cerrillos, definieron lo que consideramos “lo mexicano”. Y esto no es algo menor. En un mundo donde las imágenes tienen tanto poder, la forma en que representamos nuestra realidad tiene un impacto enorme en cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo nos ven los demás.
Aunque Velasco es conocido principalmente por sus paisajes, también pintó retratos y escenas de género. Estas obras, aunque menos estudiadas, ofrecen otra faceta de su talento. En ellas, podemos ver su habilidad para capturar no solo la apariencia externa de sus sujetos, sino también algo de su carácter, de su humanidad.
A Velasco, aunque a menudo se asocia con el paisaje, era un artista profundamente interesado en las personas y en las historias que forman parte del mundo que pintaba.
Considero que la obra de José María Velasco nos permite mirar con más atención. En un tiempo donde todo parece suceder tan rápido, sus paisajes nos piden que nos detengamos, que observemos, que nos detengamos a ver y sentir. Y eso, para mí, es una de las mayores contribuciones del arte: su capacidad para desacelerar el tiempo, para ofrecernos un espacio de contemplación y, quizás, de conexión.
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