Por TPS
Había una vez un grupo de intelectuales que se reunía todos los jueves en un café muy exclusivo. Eran personas que leían los libros más complicados, debatían sobre teorías que pocos entendían y siempre se aseguraban de utilizar palabras tan largas que parecían haber sido inventadas solo para presumir. Los miembros de este exclusivo club se consideraban los guardianes de la verdad absoluta, convencidos de que solo ellos podían interpretar el mundo correctamente.
Un día, decidieron que el tema de discusión sería la vida de "la gente común". Ninguno de ellos sabía realmente cómo vivía esa gente, pero eso no les impidió emitir juicios. "La plebe no entiende la importancia de la teoría crítica", decía uno. "Si tan solo leyeran a Foucault, comprenderían su opresión", añadía otro, mientras bebía un café con un nombre tan exótico como su argumento.
Decidieron que era momento de salir de su burbuja intelectual y "educar" a las masas. Así que organizaron un evento en el que invitaron a la gente común a escuchar sus brillantes ideas. Llegó el día del gran evento, y los intelectuales estaban preparados para iluminar las mentes de los menos afortunados. Pero algo curioso sucedió: en lugar de recibir ovaciones, la gente apenas entendía lo que decían.
"¿Qué es eso de la ‘dialéctica post-estructuralista’?", preguntó un señor, rascándose la cabeza. "¿Y cómo se come eso del ‘subtexto simbólico’?", inquirió otro, mientras miraba su reloj, aburrido.
Los intelectuales, en lugar de tratar de explicar sus ideas de manera más clara, comenzaron a criticar a la audiencia. "Esta gente es tan ignorante", murmuraban entre ellos. "Es su culpa por no esforzarse en entendernos. ¡No podemos rebajar nuestro nivel intelectual para complacer a la mediocridad!"
Desilusionados por el fracaso de su evento, volvieron a su café exclusivo, donde se consolaron unos a otros hablando de cómo la sociedad simplemente no estaba lista para su genio. Continuaron sus reuniones, convencidos de que, aunque nadie más los entendiera, ellos estaban en lo correcto. Después de todo, si la realidad no se ajustaba a sus ideas, ¡peor para la realidad!
Moraleja: Cuando tu torre de marfil está demasiado alta, quizá no es la gente la que no te entiende, sino tú el que no entiende a la gente.
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