Por El Perrochinelo
¡Órale, raza! Hoy vengo bien prendido pa' hablar de esos compas que, la neta, son el alma del barrio: los meros meros de los oficios. Esos que siempre andan dándole duro al jale, ya sea en la banqueta o en un tallercito medio improvisado, pero que nunca fallan cuando necesitas algo. ¡Sí, carnal! Te hablo del afilador, del zapatero, del maestro albañil que también le hace al eléctrico, al plomero y hasta al psicólogo, porque siempre te avienta un consejo. ¡Son todoterreno, mano!
Primero, déjenme hablarles del afilador, ese bato que parece salido de otra época, con su silbato que suena bien peculiar, y en cuanto lo oyes, sabes que anda cerca. No importa si estás en la Roma, la Doctores o en la Guerrero, el afilador siempre se aparece cuando tus cuchillos ya parecen más de mantequilla que de carnicero. Y ese cuate, con su bici toda parchada y su rueda pa' afilar, te deja los filos como nuevos, pa’ que cortes la carne como si fuera papel. El único problema es que a veces, mientras te da servicio, te avienta un cotorreo que ni el loquito de la colonia se echa. Pero ahí anda, fiel y firme.
Y qué decir de el bolero, el cuate que te salva los zapatos que ya se estaban desmoronando en cada paso. Ese señor siempre anda con sus brochas, pastas y una mano mágica que parece que le rezó a San Martincito de Porres. Le dejas tus chanclas que ya ni pa’ calzar un fantasma sirven, y ¡zaz! Al rato te las regresa como nuevas. Eso sí, a veces te dice que te los entrega “en diez minutos”, pero se toma tres horas. Pero, pos, ni modo, la neta le das chance porque sabes que es el único que puede revivir esos zapatos que ya ni el ropavejero quiere.
Ahora, hablemos del maestro albañil, que es el multitasker del barrio. Ese vato le sabe a todo: le entra al cemento, al tabique, al plomero y hasta al eléctrico. Te repara un enchufe, te levanta una pared, y si le das chance, hasta te organiza el desmadre de la fiesta del sábado. El maestro siempre tiene sus frases clásicas, como “le metemos un refuerzo aquí pa’ que aguante”, y tú nomás asientes aunque no tengas ni idea de lo que está hablando. Pero aguas, que no todos los maestros son iguales. Hay unos que la neta se rifan y otros que, híjole, te dejan la casa peor que obra en construcción eterna del gobierno.
Por otro lado, tenemos al carpintero. Ese cuate que trabaja con una paciencia que ya quisiera uno tener pa’ armar un mueble de esos de cajita plana. El carpintero es como un mago del barrio: llega con su serrucho y te hace desde un closet hasta un banquito pal perro. Eso sí, te dice que te lo termina en una semana, pero cuando le preguntas, te sale con que “es que se me fue la luz”, “no encontré la madera que quería” o “ya mero”. Pero, bueno, al final siempre te deja las cosas bien hechas, pa’ qué quejarse, ¿no?
Y no podemos olvidar al herrero, ese cuate que se la rifa pa’ cualquier cosa de metal. Desde la puerta de tu casa hasta las rejas que te piden en la colonia por seguridad (ya sabes, porque aquí uno no puede vivir sin su buena proteccioncita), el herrero siempre tiene el soplete listo y una chispa de más pa’ dejarte todo al tiro. El detalle es que, si te fijas bien, muchas veces el vato llega con un ayudante que nomás está ahí, viendo, echándose su torta de tamal mientras el patrón hace todo el trabajo. Pero ni modo, es parte del show.
Y, bueno, aunque estos cuates son la mera onda pa' levantar el changarro, también hay de esos que no más no la arman. Esos que te dicen que te arreglan todo y luego resulta que te dejan peor que antes. Ahí es cuando te lamentas de no haberle marcado al "compa de confianza", pero ya pa' qué, si ya te quedaste sin dinero y con una tubería rota.
Pero, ojo, la neta, aunque algunos tengan sus detalles, no podemos negar que estos oficios son los que mantienen al barrio vivo y en movimiento. Porque ¿quién más te va a salvar cuando se te tapa la cañería a las tres de la mañana? ¿O cuando tu coche se desarma justo antes de la tercera boda del compadre? Así que, raza, hay que valorar a estos vatos, porque no cualquiera se avienta a hacerle al todo-terreno como ellos. Y si les dan chance de evolucionar, ¡mejor! Porque ver que siguen adaptándose a los nuevos tiempos es algo chido.
Así que, cuando escuchen el silbato del afilador, o vean al bolero sentadito en su banqueta, no lo duden, acérquense, salúdenlos y déjenles su chamba. Porque al final, estos compas son los que le dan sabor al barrio, y sin ellos, pues la neta, ¿quién nos rescataría cuando se nos rompe algo? ¡Órale, raza, pa’ la otra, cuiden a sus cuates de los oficios y no anden pidiendo que todo lo haga una app!
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