Por Félix Ayurnamat
La escultura abstracta, ese extraño terreno donde la forma se libera de las ataduras de la representación figurativa, ha sido para mí un constante descubrimiento y una fuente de asombro. En este mundo de posibilidades que ofrece la abstracción, los artistas no buscan capturar la apariencia de lo real, sino explorar las posibilidades infinitas de las formas puras, el espacio y el material. Es una conjunción de volúmenes y vacíos, donde cada obra se convierte en un diálogo silencioso con el espectador.
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Henry Moore |
Recuerdo la primera vez que estuve enfrente de una escultura de Henry Moore, con sus formas orgánicas y curvas suaves. Sentí como si el bronce se deslizara como una caricia sobre la piel, evocando la calidez de la tierra y la textura de los cuerpos. Moore, al igual que otros grandes escultores abstractos como Barbara Hepworth, no se limitó a esculpir figuras reconocibles; más bien, jugó con la idea de la presencia y la ausencia, creando espacios donde el aire se vuelve tan importante como la masa.
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Pelagos - Barbara Hepworth |
¿Qué nos dicen estas formas abstractas? Para mí, son como una poesía visual, una invitación a ver más allá de lo obvio. En lugar de representar, estas esculturas nos piden sentir, que exploremos con nuestros sentidos y nuestra imaginación. Puedo pasar mucho tiempo contemplando las obras de escultores abstractos, cuyas piezas de acero o piedra juegan con el equilibrio y la tensión. En su obra, las líneas y los cortes son una meditación sobre la dualidad entre lo lleno y lo vacío, lo pesado y lo liviano.
Pero, ¿cómo se relaciona la escultura abstracta con nuestra experiencia cotidiana? Creo que estas obras nos ayudan a repensar nuestra percepción del mundo y a encontrar nuevas formas de ver el mundo. No se trata de identificar una figura o un objeto, sino de dejarnos llevar por las sensaciones que despiertan en nosotros. Nos enseñan a ver la esencia de las cosas, a descubrir lo sublime en lo simple.
En nuestras sociedades donde es imperioso buscar respuestas claras y definidas, la escultura abstracta nos enseña la importancia de la ambigüedad y la interpretación personal. Nos muestra que el arte no siempre debe ser comprendido de manera racional; a veces, basta con sentir y dejarse llevar. Así, estas esculturas se convierten en un espacio de reflexión, un espejo de nuestra propia capacidad para encontrar sentido en lo abstracto, en lo que no tiene nombre, pero sí alma.
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