Por Andrea Méndez
El cine es un arte que nos cuenta historias a través de imágenes en movimiento. Estas historias, que vemos en la pantalla, nos ayudan a forjar nuestra identidad individual. Las narrativas del cine se conectan con nuestras vivencias personales, y así nos hacen construir nuestro ser, ese mosaico complejo de memorias, deseos y pensamientos.
La identidad es algo que cambia constantemente, y ver una película es un gran aliado para darle forma y sentido. Las películas nos muestran personajes que viven conflictos, victorias y fracasos, y que nos hacen ver los pedazos de nuestra propia existencia. Frente a la pantalla, nos adentramos en mundos que nos hacen ver más allá de nosotros mismos, y al mismo tiempo, nos motivan a preguntarnos y definir quiénes somos.
Podemos explorar diferentes identidades gracias a el. Los protagonistas, desde héroes hasta anti-héroes, nos enseñan que la identidad es un lienzo vacío que podemos pintar y repintar. Al sentirnos identificados con personajes variados, vivimos sus experiencias, y estas se mezclan con nuestra propia historia interna.
Nos hace construir nuestra identidad a través de la empatía que sentimos con los personajes. Nos emocionamos con sus alegrías y penas, y celebramos o lamentamos sus logros o fracasos como si fueran nuestros. Esto no solo nos une a la historia de la película, sino que también nos permite entender mejor las muchas capas que forman nuestra identidad.
El cine influye en nuestra identidad no solo por los personajes, sino también por el ambiente, la música y la estética visual. Los mundos del cine se vuelven parte de nuestro entorno, y afectan la manera en que vemos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea. La identidad, entonces, se alimenta de las imágenes y los ambientes que recibimos a través de la pantalla.
También nos hace construir nuestra identidad por las emociones que nos provoca. Los momentos emotivos, las escenas que nos impactan, se quedan en nuestra memoria, y cambian la forma en que comprendemos nuestras propias vivencias. El cine, como un activador emocional, nos ayuda a crear nuestra identidad emocional, y a modificar la forma en que afrontamos el amor, la pérdida, la esperanza y el miedo.
Encontramos historias que rompen las reglas y cuestionan los estereotipos. Al mostrar identidades que están al margen o que se apartan de los modelos tradicionales, el cine nos hace replantear y redefinir nuestras propias ideas de identidad. Las películas se vuelven así en agentes que nos hacen pensar y promueven la diversidad en la construcción de la identidad.
Ver una película no nos construye la identidad de forma pasiva, sino que es un diálogo activo entre la pantalla y el espectador. La forma en que interpretamos, la selección de las obras que nos gustan y la reflexión después de verlas son pasos clave en esta co-creación de la identidad. El cine, con su poder de generar preguntas y conversaciones internas, se vuelve un espacio donde las identidades se modelan y se cambian.
El cine es un maestro silencioso que nos ayuda a construir nuestra identidad. Con las historias visuales, con los personajes que nos metemos por un momento, encontramos un espejo complejo que nos muestra, nos reta y nos enriquece nuestra visión de nosotros mismos. En este diálogo permanente entre la pantalla y la mente, el cine se vuelve una herramienta potente para dar forma a la historia única de cada uno.
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