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Laberintos. FA, 2023 |
Por Félix Ayurnamat
Actualmente donde el arte está secuestrado por las élites culturales y económicas, ha llegado la hora de liberarlo de esas cadenas y dejar que respire en el aire común de la gente. No más susurros exclusivos en galerías inaccesibles ni suspiros elitistas que marcan el pulso del arte. La hora ha llegado de construir un nuevo paradigma, uno que no sea dictado por las billeteras opulentas ni por los malos gustos de una minoría. Es tiempo de un arte que hable desde las calles, que se mezcle con la vida y se transforme en un reflejo del alma colectiva.
En este nuevo paradigma que se debe crear, la valoración del arte debe ser un acto popular. No estamos hablando de críticos distantes que evalúan desde sus torres de marfil, sino de la gente común que encuentra significado y belleza en lo que les rodea. Cada rincón de la ciudad, cada expresión callejera, merece ser considerado arte. Es el mural vibrante, el graffiti rebelde, el arte efímero que florece y desaparece como susurros en el viento. La valoración popular no busca la aprobación de una élite, sino la conexión sincera entre el creador y la comunidad.
El nuevo paradigma debe abrazar la diversidad de voces y perspectivas. No se trata solo de dar espacio a artistas consagrados, sino de abrir las puertas a aquellos cuyas voces han sido marginadas y silenciadas. Las experiencias de todos, desde los márgenes hasta el centro, deben tejernos juntos en un tapiz de expresión colectiva. Es un acto de resistencia contra la exclusión y un paso hacia una sociedad donde cada historia tiene su lugar en el lienzo del arte.
Desde esta nueva perspectiva, el arte se escapa de las cadenas de las galerías inaccesibles. Las calles, el internet, los parques, los espacios públicos se convierten en galerías abiertas para todos. No se necesita una invitación especial ni una tarjeta de membresía. El arte se convierte en parte de la experiencia cotidiana, una fuente de inspiración que no se reserva para unos pocos afortunados, sino que se derrama sobre todos como la lluvia que nutre la creatividad colectiva.
Al liberar al arte de las restricciones elitistas, se convierte en un motor de cambio social. No es simplemente un adorno para las clases altas, sino un catalizador que despierta conciencia y desafía las normas establecidas. Las expresiones artísticas, arraigadas en las realidades de la gente, pueden mover montañas y desencadenar conversaciones cruciales. El arte se convierte en lo que siempre fue, un faro que guía a la sociedad hacia la reflexión y la acción, un espejo que refleja las luchas y las esperanzas de todos.
No solo debe ser un cambio en la apreciación del arte; debe ser una revolución que desmantele las estructuras elitistas y devolver el arte a las manos de la sociedad. Es un llamado a mirar más allá de las paredes de las galerías y encontrar la belleza en las esquinas olvidadas de la vida diaria. Al abrazar la valoración popular, la inclusividad y la accesibilidad, el arte se convierte en parte de la transformación social, iluminando el camino hacia un futuro donde el arte pertenece a todos y no a unos pocos privilegiados. Es hora de liberal al arte y dejar que respire, libre y sin ataduras.
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