3 de junio de 2023
Querido compañero de infortunios,
Permíteme relatarte los eventos de un día que quedará grabado en los anales de la irrelevancia y la monotonía. Imagina un día caluroso, en el cual el sol parecía tomar especial deleite en convertir nuestro lugar de trabajo en un horno de tortura. Ahí estaba yo, sentada en mi aburrida silla, tratando de encontrar un sentido en la existencia misma mientras escuchaba cosas totalmente irrelevantes.
Desde tempranas horas de la mañana, mis oídos se vieron sometidos a un interminable desfile de chismes y banalidades. Mi colega de cubículo, con su peculiar tono nasal, se sentía obligada a compartir con el mundo cada detalle insípido de su fin de semana. ¿Quién necesita saber que se quedó sin papel higiénico el domingo por la noche? Ciertamente, yo no.
Pero eso no fue todo. Una sucesión de conversaciones sin sentido llenó el aire. Incluso cuando intentaba concentrarme en mis tareas tediosas, no podía escapar de los murmullos sobre qué famoso había sido sorprendido haciendo algo estúpido o qué película de la que nadie había oído hablar era la mejor del momento. ¡Oh, qué privilegio el mío al escuchar tales noticias de vital importancia!
A medida que el día avanzaba, mi paciencia se agotaba, y mi único consuelo era el entretenimiento proporcionado por la ventana que tenía a mi lado. A través de ella, observaba el ajetreo y el bullicio de la calle. Era un auténtico festival de lo absurdo. Desde peleas de perros hasta la competencia de los vendedores ambulantes por atraer a los clientes con sus productos. ¡Incluso presencié a un hombre disfrazado de pollo cruzando la calle!
Mientras tanto, aquí dentro, nuestra rutina se mantenía inmutable. Papeles que debían ser archivados, llamadas que debían ser transferidas, y reuniones interminables donde se discutía sobre cosas que nadie comprendía realmente. La emoción de mi día alcanzó su punto máximo cuando descubrí que el dispensador de café se había quedado sin suministro. ¡Oh, qué tragedia! Tuve que soportar el resto de la jornada sin mi valioso líquido energético.
En fin, querido Félix, así transcurrió este día sin sentido en el trabajo. Una mezcla de conversaciones irrelevantes, temperaturas infernales y la ventana como único escape hacia el mundo exterior. No puedo evitar preguntarme si habrá alguna forma de escapar de esta vida rutinaria y encontrar un poco de emoción real. Tal vez algún día descubra el secreto para romper las cadenas del aburrimiento y encontrar un trabajo que realmente valga la pena.
Hasta entonces, seguiré siendo la fiel espectadora de lo que ocurre más allá de mi ventana, esperando que la vida me sorprenda con algo más emocionante que los entusiasmados debates sobre el color del nuevo mantel de la sala de descanso.
Con monótona sinceridad,
Tu encalorada Rebeca.
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