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13 de Noviembre

Es curioso cómo en mi juventud “ideología” era un concepto con el que los marxistas inquisitoriales flagelaban a los hipócritas burgueses, y quince años después se había convertido en un concepto con que los neoliberales acusaban a los marxistas.
Para aquellos marxistas de mis tiempos de preparatoria la ideología era la famosa falsa conciencia, el velo esencialista, naturista, trascendental, metafísico, que el burgués ponía ante sus propios ojos para no ver la cruda verdad histórica y para reproducir (era el término especializado) las famosas condiciones de producción que aseguraban su dominio y sus privilegios. Los neoliberales de ahora cambian evidentemente el enfoque. En su uso, o sea en el sentido que ellos le dan. La ideología es esa fea manía que tienen los intelectuales (y no sólo marxistas) de lanzarse a las teorizaciones y a la abstracción, saltándose si es preciso los datos reales y la experiencia razonable.
Esa evolución es especialmente curiosa porque las dos posturas, tan opuestas entre sí, comparten sin embargo un gozne común una bisagra de dos caras, como todos las bisagras: una cara se llama praxis, y la otra práctica. Para los marxistas, lo que el burgués ocultaba, o más precisamente enmascaraba, voluntariamente o no, pero en todo caso de manera culpable, era justamente la praxis, esa práctica que consistía en la “materialidad” de los modos de producción y de la lucha de clases organizada en torno al dominio de esos modos. Y la enmascaraba precisamente con la teoría, pero es claro que un marxista entendía por teoría muy otra cosa que un neoliberal. Había una teoría verdadera, develadora, desenmascaradora, porque era la única que no sólo revelaba la verdad de la praxis, sino que además se sometía a ella y le obedecía: una teoría que era ella misma lucha de clases porque conocer la realidad sin transformarla no es conocer la realidad. Todas las demás ideas sobre la historia, la sociedad, incluso el hombre en general, eran falsa conciencia, recursos a supuestas leyes naturales, eternas o trascendentes, a supuestos valores superiores y transhistóricos, cuya verdadera finalidad era enmascarar la verdad de la lucha de clases.
Los neoliberales –por algo será– no hablan de praxis, sino de práctica. No se trata de lucha de clases, sino de lucha de individuos, o cuando mucho de grupos o comunidades. La verdad de esa lucha no es una praxis, una estructura profunda y justamente pan-histórica (que es uno de los problemas teóricos del marxismo), sino una práctica, objeto el sentido común y de la observación inteligente y no de la investigación científica o la teorización filosófica. Se trata de una especie de ley "natural" del comportamiento humano-ley, por supuesto, en un sentido enteramente a-científico: en el sentido de generalizaciones a partir de la experiencia no sometidas a la crítica racional o a la verificación científica; "naturales" en un sentido a su vez inverificable. Se trata de esa "ley" de sentido común que dice que el hombre (individual) busca su provecho (como el animal), es "naturalmente" competitivo (como el animal) y sometido a la "ley natural" (que razonablemente debe asumir) de la sobrevivencia del más apto y la eliminación del menos apto (como el animal).
Se ve que el marxismo, a pesar de sus críticas al “moralismo”, considerado generalmente como máscara ideológica o como chantaje burgués, implica sin embargo una moral radical y fuertemente constrictiva, mientras que el neoliberalismo no puede proponer otra cosa que una pragmática, o sea unas reglas de conducta fundadas en criterios de eficacia y encaminadas “naturalmente” a la ventaja personal.
Creo que sería saludable recordar que el término “ideología” tiene también otro sentido más amplio y vago, presupuesto en realidad en una y otra interpretación partidista de ese sentido. Es el sentido de conjunto de ideas, creencias y certidumbres que forman el ámbito de referencia general y preponderante de una época, independientemente de que sean verdaderas o enmascaradoras, liberadoras o esclavizadoras.

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