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Que coman pasteles

Sería interesante hacer la historia de las bofetadas que ha sufrido el género humano a través de los siglos. Muchas personas habrán visto, en varios periódicos del mundo, una de las más recientes y no de las menos humillantes: el menú de la cena ofrecida en semanas pasadas a los representantes del G-8 en ese pueblo japonés cuyo nombre nunca aprenderé a pronunciar. Los señores que devoraban esas fabulosas exquisiteces habían venido a discutir... sobre el hambre en el mundo. ¿Cómo no pensar en la famosa frase de María Antonieta “Si no tienen pan, que coman pasteles”? En otros tiempos, un escarnio tan cínico como ése podía provocar toda una revolución que cambiaría al mundo. Hoy es otra cosa: los motines públicos los realizan los patrones (empresarios camioneros o terratenientes), mientras que los explotados se portan muy bien. También habrán escuchado muchos una salida que, en cualquier región de Europa, es difícil que no se le haya ocurrido a alguien: la que dice que la jornada de 65 horas se aplique primero a los funcionarios de la Unión Europea y a los jefes de gobierno de esos países. Reconfortante broma, pero que desde luego no va a quitar el sueño a ningún dirigente. Todavía nos hablan en las escuelas del despotismo de los tiempos predemocráticos. Cierto que en el llamado primer mundo los hambrientos son ahora muchos menos que en tiempos de María Antonieta. Pero los señores del G-8 no venían a discutir sólo de esa zona privilegiada, sino del mundo entero donde todavía hoy los pobres son muchos más que los satisfechos. En Latinoamérica, en África, en Oriente Medio, en gran parte de Asia, los pobres a veces se matan entre sí, pero los países ricos (y democráticos, ¿eh?) están mucho más seguros de tener a raya a esos parias que Luis xvi a los de su propio país. En todo caso, yo personalmente no puedo sino agradecer a la fortuna que no haya hecho de mí un alto funcionario del G-8. La semana pasada me habría suicidado.

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