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Texto invitado: Cuarto piso

Por Félix Ayurnamat

Alberto dejó el café sobre el borde de la máquina. No servía bien: el agua salía tibia, el azúcar se atoraba en la ranura, y aun así lo compraba cada mañana. Era parte del horario. Café tibio a las siete de la tienda de conveniencia frente al hospital, visita de los doctores a las ocho, cambio de turno a las nueve.

Ya no le pedían el "carnet". Ni en la entrada ni en los pisos. Lo saludaban con la cabeza, como se saluda a los que siempre están ahí. Los guardias sabían que iba al cuarto 317, aunque la placa ya casi no se leía.

La primera semana había sentido vergüenza de no entender nada. Las puertas, los códigos, los pasillos que parecían repetirse. Ahora sabía cuándo un elevador se detenía entre pisos, cuándo una enfermera se quedaba dormida en la estación, o cuándo el doctor Morales traía malas noticias porque no pedía café.

En el cuarto, su madre dormía casi todo el tiempo. A veces abría los ojos y lo miraba, sin decir nada. Él hablaba igual: con frases cortas, de esas que no estorban.

—¿Ya comiste? —le decía ella, sin mirarlo.
—Sí, más o menos.
—Está bien.

Y luego se quedaba callada. La máquina del suero hacía un clic lento, obstinado, que ya era parte del aire.

Alberto había aprendido a doblar las sábanas, a usar el "riñon", a mover la cama sin que rechinara. Una enfermera joven le sonreía cuando lo veía. A veces le daba gasa extra para humedecerle los labios a su madre, o le decía “ya viene el doctor, no se preocupe”. Él asentía. No se preocupaba. O ya no de la misma manera.

En la noche, cuando el hospital bajaba la voz, caminaba por los pasillos. Todos lo dejaban pasar. Nadie preguntaba nada. Sabía qué luces parpadeaban, dónde el piso estaba resbaloso, qué puertas daban al patio donde fumaban los camilleros.

Había empezado a sentirse parte del lugar. Como un mueble más, o un ruido que nadie nota hasta que falta. Pensó en eso una tarde, mientras veía la lluvia caer por las ventanas empañadas. Afuera, los coches pasaban lentos. No se escuchaban.

Regresó al cuarto 317. Su madre dormía igual. El clic del suero seguía su ritmo. Alberto se sentó.

Un interno entró, nuevo, nervioso. Lo miró y preguntó:
—¿Usted es de aquí?

Alberto dudó un segundo. Luego dijo:
—Más o menos.

El joven asintió, sin entender.

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