Por Ana Laura Alva Pulido
El Hangul (한글), el alfabeto coreano, no es solo un sistema de escritura: es un símbolo de identidad, ingenio y resistencia cultural. Su historia se entrelaza con los procesos sociales, políticos y filosóficos de Corea, marcando una revolución intelectual que cambió para siempre la forma en que un pueblo se comunicó consigo mismo y con el mundo.
Durante siglos, los coreanos dependieron del sistema de escritura chino (Hanja) para registrar su lengua. Sin embargo, esta práctica resultaba inaccesible para el pueblo común, pues solo la élite aristocrática (los yangban) tenía educación suficiente para dominar los complejos caracteres chinos.
En el siglo XV, el Rey Sejong el Grande (세종대왕) del reino Joseon reconoció esta desigualdad y decidió crear un sistema más sencillo, fonético y propio de su nación. En 1443, reunió a un grupo de eruditos del Jiphyeonjeon (집현전) —la “Casa de la Sabiduría”— y juntos desarrollaron el Hunminjeongeum (훈민정음), literalmente “los sonidos correctos para instruir al pueblo”.
El Hangul fue oficialmente promulgado en 1446, con una estructura única que reflejaba la ciencia del sonido y la filosofía confuciana: cada letra fue diseñada para representar la forma de los órganos fonadores al pronunciarla. Así, el sistema no solo era lógico, sino profundamente humano.
A pesar de su genialidad, el Hangul fue inicialmente rechazado por la clase alta, que lo consideraba un “alfabeto vulgar”. Durante siglos, el idioma escrito oficial siguió siendo el chino clásico. El Hangul se utilizó sobre todo entre mujeres, campesinos y escritores populares, lo que llevó a que se le conociera despectivamente como “Eonmun” (언문), “escritura de la gente común”.
Sin embargo, esa aparente desventaja se convirtió en su fortaleza. Durante la ocupación japonesa (1910–1945), cuando se intentó erradicar la lengua y cultura coreanas, el Hangul se transformó en un símbolo de resistencia nacional. Los intelectuales y artistas lo usaron para mantener viva la identidad del país, y tras la liberación en 1945, fue adoptado oficialmente como el alfabeto nacional tanto en Corea del Norte como en Corea del Sur.
Con el tiempo, su estructura se estandarizó y se adaptó al uso moderno, integrándose con términos científicos, tecnológicos y globales sin perder su esencia fonética y lógica.
El Hangul ha sido reconocido internacionalmente como uno de los sistemas de escritura más eficientes del mundo. La UNESCO lo considera un modelo de alfabetización por su facilidad de aprendizaje y precisión fonética. De hecho, el “Premio Rey Sejong de Alfabetización” lleva su nombre en honor al monarca que lo creó.
Lingüistas modernos lo estudian por su equilibrio entre simplicidad gráfica y sofisticación estructural. Su diseño inspiró incluso a sistemas de escritura artificiales o educativos, al ser adaptable a distintos sonidos y lenguas.
Aunque el Hangul es una herramienta poderosa, enfrenta ciertos desafíos. Uno de ellos es la pérdida de uso del Hanja (caracteres chinos), que solía complementar el significado de palabras homófonas. La eliminación casi total del Hanja en Corea del Sur ha generado ambigüedades lingüísticas y pérdida de matices semánticos.
Otro reto es la influencia del inglés en la vida moderna coreana. En la publicidad, la ciencia y la tecnología, el uso excesivo de préstamos del inglés amenaza con diluir la pureza lingüística del Hangul, obligando a las instituciones culturales a mantener un equilibrio entre globalización e identidad.
En pleno siglo XXI, el Hangul vive una nueva etapa de esplendor. Su presencia digital es omnipresente: desde los teclados inteligentes hasta la inteligencia artificial que reconoce y traduce sus caracteres con precisión. Las generaciones jóvenes lo usan no solo para comunicarse, sino para crear: el Hangul se reinventa en el arte tipográfico, el diseño, la moda y el K-pop, donde adquiere un valor estético y simbólico.
En Corea del Sur, cada 9 de octubre se celebra el Día del Hangul (한글날), mientras que en Corea del Norte la conmemoración se realiza el 15 de enero. Ambas fechas honran el legado de un sistema que unificó al pueblo coreano más allá de las divisiones políticas.
El futuro del Hangul parece asegurado: su lógica, belleza y capacidad de adaptación garantizan que seguirá siendo el corazón lingüístico y cultural de Corea, un puente entre la tradición y la modernidad, entre la identidad nacional y el diálogo global.
El Hangul no es solo un conjunto de letras; es una declaración de independencia cultural y un testimonio del genio humano. Nació del deseo de un rey por dar voz a su pueblo y ha trascendido siglos de opresión, modernización y tecnología. En un mundo donde los idiomas mueren cada año, el Hangul no solo sobrevive: evoluciona, inspira y enseña que la verdadera escritura es la que pertenece a todos.



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