Querido Félix:
Llegó septiemble. Ya sabes, el mes de la patria, de esos desfiles escolares mal coreografiados, de los bigotitos falsos de charro pegados con quien sabe que… pero sobre todo, el mes de los temblores. Aquí en la ciudad no se necesita una agenda para recordarlo, la paranoia colectiva empieza a sentirse desde el minuto uno del 1º de septiembre. Es como si toda la población compartiera el mismo pensamiento intrusivo: “hoy sí tiembla”. Y si no tiembla hoy, bueno, tiembla mañana. Y si no mañana, pues pasado. El punto es vivir en esa dulce incertidumbre, ese estrés que solo entiende el chilango promedio.
Como sabes yo trabajo en un séptimo piso, lo cual me convierte automáticamente en mártir en potencia. Cada septiembre me pasa lo mismo, cuando entro al edificio pienso en el arquitecto que lo diseñó: ¿habrá tenido título o solo era un entusiasta de los Lego? Porque las decisiones estructurales claramente no las tomó alguien con sentido común. Estoy convencida de que ese plano se dibujó a las tres de la mañana, después de un mezcalazo, y con la regla toda chueca. Y ahí me tienes, confiando mi integridad física a la brillantez de alguien que quizá ni pasó dibujo técnico en la secundaria.
Y claro, llega septiembre y junto con él la hermosa tradición de no dormir durante un mes entero. Porque si vives en un quinto piso (como yo en casa) ya sabes que, según el bendito “reglamento”, ni intentes bajar. Quédate ahí, como buena prisionera de la naturaleza, esperando que el edificio no decida aplastarse como acordeón. Porque esa es la filosofía chilanga: en sismo arriba del cuarto piso, ni corras ni grites ni empujes, solo reza, chilla por dentro y espera a que la madre tierra termine su berrinche.
Y mira, yo quiero mucho a la madre tierra, de verdad. Pero ¿por qué me hace esto? No soy fan de las sorpresas, Félix. A mí que me avisen con tiempo, que me manden un correo, una notificación push, una alerta temprana con 6 meses de anticipación. Que diga: “Estimado usuario: le informamos que el próximo 19 de septiembre a las 10:37 am habrá un sismo de magnitud 7.1. Favor de resguardar sus emociones”. Eso sería lo mínimo, ¿no? Pero no, aquí la tierra se maneja como Tinder: todo es improvisado, inesperado y potencialmente traumático.
Y lo más irónico es que ya lo aceptamos como parte de la cultura. Es nuestro Halloween, pero más auténtico: en vez de calabazas ponemos botellas de agua y lámparas de mano. En vez de niños disfrazados hay adultos descalzos con pijama de Bob Esponja en la calle, temblando más que el propio sismo. Septiembre nos une, Félix. Somos una ciudad con el mismo TOC: despertar a medianoche con la sensación de que todo se está moviendo aunque sea solo tu ansiedad.
Así que aquí estoy, contando los días como si estuviera en un calendario maya, esperando el apocalipsis sísmico anual. No me cuenten, no me expliquen, no me digan que “ya pasó lo peor”, porque yo sigo esperando la réplica.
Con cariño sísmico
Rebeca Jiménez
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