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Por Georges Biard, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=49011499 |
Por Andrea Méndez
Pienso en la maternidad en el cine y, curiosamente, me vienen a la mente las películas de Woody Allen, aunque no sea un director que uno asocie de inmediato con la maternidad. Y sin embargo, ahí está, en la manera en que retrata a las madres como presencias casi fantasmales, o más bien, como voces que nunca dejan de escucharse en la cabeza de sus personajes. En Días de Radio (1987), por ejemplo, la madre es la voz constante de la vida cotidiana, una figura que sostiene y al mismo tiempo asfixia, como si el amor materno viniera acompañado de una sombra de neurosis. Yo crecí con una madre que hablaba fuerte en la cocina mientras yo hacía la tarea en la sala, y a veces, al ver esas escenas, siento que Allen filma esa sonoridad íntima que te acompaña aunque no la quieras.
Allen hace de la madre el gran eco del superyó, esa voz que nunca deja de recordarte lo que deberías ser, lo que hiciste mal o lo que aún no has hecho. No importa si son madres judías que gritan desde la ventana, como en Edipo reprimido de Historias de New York (1989), o figuras ausentes que dejan huellas imposibles de borrar. En todas, hay una psicología de la maternidad que no se muestra de forma idealizada, sino como el origen de una tensión permanente: la risa y la angustia conviviendo en la misma escena.
Visualmente, me obsesiona cómo Allen coloca a las madres en el espacio: muchas veces fuera de cuadro, en habitaciones contiguas, gritando desde lejos, como si lo materno se experimentara no en la presencia física, sino en la imposibilidad de escapar. El encuadre funciona como metáfora: no la vemos, pero está, y esa es quizá la mejor representación de la maternidad freudiana en el cine, no el cuerpo, sino la voz que marca el deseo y la culpa.
A veces pienso que esa representación conecta con algo de mi propia experiencia: yo siempre he sentido que la maternidad no es tanto un cuerpo (aunque lo sea), sino un rumor, una herida que se transmite en la forma en que nos hablamos a nosotros mismos. Ver a Allen filmar esa obsesión me genera una experiencia incómoda, porque me recuerda que muchas de mis dudas más íntimas llevan la entonación de mi madre.
El cine de Woody Allen, en ese sentido, nos deja ver que la maternidad no es sólo un tema biológico o narrativo, sino un entramado psicológico que determina la forma en que los personajes aman, fracasan y se pierden. Y aunque hoy resulte incómodo hablar de él como autor, creo que es imposible negar que su manera de filmar lo materno no busca la ternura, sino el desasosiego. Y en ese desasosiego hay una verdad que, para mí, es mucho más fuerte que cualquier representación edulcorada de la maternidad en pantalla.
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