Por El Perrochinelo
Ora sí, banda, agárrense que ahí viene septiembre, el mes más bipolar del calendario chilango: por un lado te pone el corazón en verde, blanco y rojo, pero por el otro te recuerda que la tierra también se pone de malas y nos sacude como sonaja en manos de chamaco hiperactivo. Yo, perro callejero, me paseo por las calles y no puedo evitar ver cómo de repente la ciudad se disfraza de patria: banderas por doquier, desde las que cuelgan gloriosas en el Zócalo hasta las mini banderitas que venden en los semáforos, donde el vendedor de la esquina te las ofrece junto con la matraca, el sombrerote y hasta el bigote postizo pa’ que te sientas mexicano en pleno México. Y la banda compra, porque al chilango le gusta demostrar que el amor a la patria se mide en cuantos objetos tricolores puede llevar puesto.
Pero también septiembre es puro antojo carnal, loco: el pozole se convierte en religión, con su orégano, sus rábanos y el crunch de las tostadas que parece música celestial, y los restaurantes fresones sacan el chile en nogada como si fuera oro comestible, nomás que te lo venden en un montón de varos, como si lo hubiera cocinado la mismísima China poblana con guantes de seda. En las casas se arma la comilona: el tío pisteando tequila, la tía gritando “¡Viva México, cabrones!” y el primo ya pedo queriendo dar el Grito antes de tiempo. Y ahí sí, hasta los más amargados le entran al desmadre porque septiembre huele a fiesta, a fritanga y a banda cantando el himno bien pedos.
Pero no todo es chido, carnal, porque septiembre también carga con su lado bien tétrico. Yo todavía no nacía en el 85, no lo viví de primera pata, pero el recuerdo de las historias sigue latiendo en la memoria de muchos capitalinos. Y ni hablar del 2017, ese martes maldito en que la tierra se sacudió justo el mismo día, como si se burlara de nosotros. Ahí sí, el “Viva México” se volvió “Aguanta, México”, y la banda dejó la peda pa’ agarrar la pala y rescatar banda entre los escombros. Y aunque duele, también ahí se ve lo más rifado del chilango: esa hermandad rara, esa solidaridad que sale como superpoder en medio del desastre, cuando nadie espera nada y todos terminan partiéndose la madre por ayudar.
Así que sí, septiembre es mi mes favorito aunque me deje medio sacudido. Es como esa rola psicodélica que empieza con guitarras suaves, se pone bien fumada a la mitad y termina con un acorde que te deja pensando si neta entendiste lo que pasó. Entre luces en el Zócalo, el ruido de matracas, los pozoles humeantes y el recuerdo de los temblores, me queda claro que ser chilango en septiembre es andar con el pecho inflado de orgullo y el corazón latiendo con miedo. Es saber que la patria se festeja pero también se sobrevive. Y yo, perro barrio, lo ladro con orgullo: septiembre me late porque ahí está el verdadero México, el chido, el que sabe cantar, comer, ayudar y llorar… todo en el mismo mes.
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