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PERSPECTIVAS: Gabriel Figueroa

 

Fotograma de la película Los olvidados, México, 1950.

Por Félix Ayurnamat

Gabriel Figueroa es uno de los grandes en la historia del cine mexicano, fue uno de los artífices más influyentes en la consolidación de una identidad visual para el país. Su trabajo como cinematógrafo, más allá de los logros técnicos, aporto una dimensión estética y social que transformó la manera en que se percibía el paisaje, la gente y el espíritu de México a través de la pantalla. Al hablar de Figueroa, me parece fundamental destacar cómo, desde su sensibilidad y su dominio de la imagen, construyó un lenguaje que proyectó a México ante el mundo y, al mismo tiempo, permitió a los mexicanos verse reflejados en sus propias historias.


Nacido en 1907 en la Ciudad de México, Figueroa creció como otros de los personajes que he escrito, en un contexto marcado por la Revolución Mexicana, un evento que, sin duda, le lo marco y sensibilizó ante las complejidades de la realidad mexicana. Desde joven, mostró un talento nato para las artes visuales estudiando en la Academia de San Carlos y en el Conservatorio Nacional de Música y, posteriormente, se integró al ámbito cinematográfico bajo la guía de Alex Phillips, un reconocido cinematógrafo canadiense radicado en México. Más tarde, gracias a una beca que le permitió ir a Hollywood, conoció y trabajó con Gregg Toland (El fotógrafo de El ciudadano Kane de Orson Wells), eso le permite crear una visión y técnica que serían determinantes en su estilo. Toland, quien fue pionero en el uso de la profundidad de campo y del contraste en el cine estadounidense, tuvo una notable influencia en el trabajo de Figueroa, ayudándolo a perfeccionar el manejo de la luz y la sombra que tan característico sería de su obra posterior.


Uno de los elementos que considero crucial en la obra de Figueroa es su dominio del claroscuro, una técnica que le permitió crear atmósferas cargadas de dramatismo y profundidad emocional. En su colaboración con el director Emilio "El Indio" Fernández, en películas como María Candelaria (1944), observamos cómo el paisaje se convierte en un protagonista que amplifica los sentimientos y las tensiones de los personajes. Esta representación no es accidental; Figueroa, consciente del poder del paisaje en el cine, transformó las montañas, los cielos y los campos en una extensión del estado emocional de los personajes. Para él, el espacio no era un simple escenario, sino un elemento activo que dialogaba con la trama y con el espectador.

 

Fotograma de la película María Candelaria, México, 1944

En el contexto de la llamada Época de Oro del cine mexicano, el trabajo de Figueroa cobra un significado adicional. Este fue un periodo en el cual el cine buscaba establecer una identidad cultural sólida, reflejando a un México que, aún en medio de tensiones y contrastes, buscaba encontrar una narrativa propia. Figueroa supo capturar la esencia de este México profundo: en sus encuadres vemos a los campesinos, a las comunidades indígenas, a los pueblos rurales, siempre representados con una dignidad que evade el exotismo. Figueroa evitó la representación superficial o turística de los sujetos y, en cambio, construyó una imagen compleja y respetuosa de la identidad nacional. En películas como Maclovia (1948) y La perla (1947), sus personajes no son tratados como simples arquetipos, sino como seres humanos que enfrentan las realidades de su tiempo y su contexto.

 

Fotograma de la película Maclovia, México, 1948


 

Fotograma de la película La Perla, México, 1947

Resulta relevante, en este punto, señalar la influencia que el muralismo mexicano tuvo en su obra. Artistas como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros compartieron con Figueroa un interés común: capturar la esencia del México posrevolucionario. La amistad de Figueroa con varios de estos muralistas le permitió no solo aprender de sus técnicas, sino también comprender el lenguaje visual que buscaba recuperar y enaltecer la cultura mexicana. Así como los muralistas llenaban sus muros con imágenes de campesinos y obreros, Figueroa trasladaba esos mismos elementos al cine, pero con una sensibilidad que convertía al espectador en un testigo de la vida cotidiana, llena de luchas y belleza.


A lo largo de su trayectoria, Figueroa se convirtió en un referente no solo para el cine mexicano, sino para el cine mundial. Su influencia es palpable en el trabajo de cineastas contemporáneos como Alfonso Cuarón, quien, en películas como Roma (2018), explora una estética visual similar en blanco y negro, dotada de un realismo poético. Ambos cineastas, aunque en contextos y tiempos distintos, coinciden en la representación de México con una profundidad y una dignidad inquebrantables. Para quienes hemos seguido la obra de Figueroa, resulta evidente que su legado va más allá de la técnica: es una herencia visual y emocional que sigue presente en cada intento de retratar la identidad mexicana.


Gabriel Figueroa representa un momento fundamental en la construcción de la imagen de México para los mexicanos y el mundo. Su trabajo trasciende los límites de la cinematografía y se convierte en un discurso visual que refleja tanto la complejidad del país como la riqueza de su cultura. Es un reflejo de nuestra historia, con todas sus contradicciones y sus bellezas.

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