Por El Perrochinelo
Guau, guau, mi gente: aquí el Firulais de la calle olfateando rumores, ladrando verdades y escarbando en la historia para que no olvidemos quién sí le ha metido mano al espionaje antes de que se pusiera de moda y ahora lo andan gritando ahora como descubrimiento de TikTok. Porque nomás ser oposición no te hace víctima perfecta, y nomás denunciar gobiernicidio con memes no exime que uno recuerde los pecadillos viejos.
Resulta que la gente de la derecha prianista ya trae encendida la alarma: “¡La Ley Espía nos va a convertir en dictadura militar stalinista reptiliana comunista!”, ladran con ese dramatismo que nomás le gana a la telenovela. Pero, ¿se les olvidó que tanto el PAN como el PRI si espiaban? ¿Que gobiernos pasados mandaron a intervenir llamadas, a espiar periodistas, activistas, adversarios políticos, incluso con Pegasus? Sí, raza, no estamos hablando de ciencia ficción, les recuerdo un centro de espionaje del PRI dentro de una casa de Raúl Salinas, pruebas del uso de malware Pegasus para vigilar a opositores, activistas y periodistas durante el sexenio de Peña Nieto.
Eso no lo inventó la Cuarta Transformación: eso existe en el historial de los de siempre.
Ahora, no es que defienda sin cuestionar, porque la ley tiene huecos bien gachos. Uno de los puntos chuecos es que la reforma a la Ley de Seguridad Pública y los proyectos que se llaman “Ley del Sistema Nacional de Investigación e Inteligencia” pretenden fusionar bases datos públicas y privadas, datos biométricos, padrones, detenciones, vehículos, etc., con poca supervisión judicial y eso si no está bien.
Y claro que eso da miedo, porque la privacidad no es flor de un día, es derechos tuyo y mío.
Pero, ¿qué tanto de todo este temor es legítimo y qué tanto es puro acto de circo político? Algunos de los más chillones en esto gritan amenazas de tiranía, censura, desaparición de opositores, cuando hoy por hoy los que se oponen tienen cancha libre para decir lo que les dé la gana: ofender, mentir, inventar notas, difamar, manipular información, armar campañas contra el gobierno y nunca los mandan al bote por eso. No les quito lo grave, pero no todo temor es justificable ni toda acusación es equitativa.
Porque la neta: tanta vehemencia de los encumbrados parece más de quienes extrañan la época en que gobernar era repartir qué decir y qué no, quién se veía y quién no, quién participaba y quién se tragaba el sapo calladito. Los que hoy ven fantasmas en la Ley Espía son los mismos que toleraban espionaje institucional cuando les convenía, lo justificaban como “seguridad nacional”, como si ese concepto fuera impermeable al abuso. Ya se nos olvidan los casos de espionaje bajo CISEN, los recuentos durante el PAN y PRI, los rumores de micrófonos puestos en oficinas de oposición, etc.
Entonces, ¿qué? ¿Nos paralizamos del susto o le ponemos cerebro al asunto? Yo digo que lo segundo. Porque negar que hay un riesgo de abuso sería como decir que Alito se convertirá en demócrata: iluso. Hay que vigilar la redacción de las leyes, exigir controles judiciales firmes, definir claramente quién hace qué y con qué permiso; que no se use la ambigüedad legal como truco para maniobras oscuras.
Y sí, hay que exigir transparencia absoluta y sanciones graves si alguien usa la ley para fines personales, venganzas políticas o persecución de adversarios. Que no se abuse, que no se atemorice, que la vigilancia no sea excusa para cercenar libertades.
Porque no todo es paranoia: hay denuncias reales, evidencias, historia y documentos que muestran que el espionaje ha sido una práctica recurrente en gobiernos de PRI y PAN. Pero tampoco hay que permitir que hoy se cuelgue la etiqueta de dictadura sin pruebas, como si cada reforma fuese ya el capítulo uno de “1984 versión mexicana”.
Al fin de cuentas, raza, lo que urge es congruencia, responsabilidad ciudadana, y una oposición que no viva de gritar consignas mientras recicla discursos viejos. Que los que quieran ganar votos lo hagan con propuestas, con transparencia, con legalidad, no metiendo miedo. Porque el pueblo merece algo mejor que espectáculos de temor patrocinados por los que extrañan antiguos privilegios.
Así que, ya saben: no todo lo que huele a espía es conspiración, pero tampoco hay que ignorar lo que puede serlo. No dejemos que nos manipulen, no aguantemos que nos usen de conejillos de laboratorio de teorías conspiracionistas. Preguntemos, investiguemos, pidamos cuentas. Que el derecho a la privacidad no sea puro palabreo de columnas, sino una realidad defendida por todos.
Que ladre quien quiera, pero que sea con razón.
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