Querido Félix, ¿Recuerdas tus días de adolescente despreocupado, cuando tus preocupaciones se limitaban a qué música escuchar y a qué películas ver en el cine? Bueno, olvídate de eso. Déjame llevarte a un mundo donde las preocupaciones son mucho más… interesantes. Estoy hablando de mi vida en la preparatoria, ese lugar de ensueño que se parece más a un campo de concentración para chicas, donde las monjas son las celadoras y las alumnas, un conjunto de criaturas salidas del averno y bien estereotipadas, que facilmente podrían ser personajes secundarios de una mala serie gringa. Imagínate el horror, querido Félix, y te sugiero poner de tu cosecha a lo que te contaré. Entrar a esa escuela fue como dar un paso en una película de terror. Al cruzar la puerta, las monjas me miraban como si fuera satanás. Era como si mis jeans rasgados y mis Converse fueran una declaración de guerra. Las monjas, me lanzaban miradas que podrían derretir hielo. No hay nada más aterrador que una monja con una re
Por El Perrochinelo Qué tranza, mi gente. Aquí su lomito de confianza, reportándose desde las entrañas de La Merced, ese barrio que huele a México, con todo y sus mezclas de especias, garnachas, y un airecito de antigüedad que te suelta una cachetada de historia cada que caminas por la zona. Ahí voy, con mis cuatro patas y mi olfato de barrio, recorriendo los pasillos y las calles, moviéndome entre la gente que va y viene como hormiguitas, cada quien en su rollo. Dicen que La Merced es el pulso de la Ciudad de México. Yo, la neta, lo veo más como el estómago de esta capirucha: aquí todo se mueve, todo se traga y se vive a lo grande. Empiezas desde temprano con el mercado reventando de frutas, verduras y pescados que apenas y puedes distinguir entre el barullo de las señoras que te regatean hasta el alma, los taqueros que echan grasa desde la madrugada, y esos abarroteros que, no me lo nieguen, ya se saben de memoria a todo mundo. De esas calles que, si las pisas de rápido, no te crees