Querido Félix: Llegó septiemble. Ya sabes, el mes de la patria, de esos desfiles escolares mal coreografiados, de los bigotitos falsos de charro pegados con quien sabe que … pero sobre todo, el mes de los temblores. Aquí en la ciudad no se necesita una agenda para recordarlo , la paranoia colectiva empieza a sentirse desde el minuto uno del 1º de septiembre. Es como si toda la población compartiera el mismo pensamiento intrusivo: “hoy sí tiembla”. Y si no tiembla hoy, bueno, tiembla mañana. Y si no mañana, pues pasado. El punto es vivir en esa dulce incertidumbre, ese estrés que solo entiende el chilango promedio. Como sabes yo trabajo en un séptimo piso, lo cual me convierte automáticamente en mártir en potencia. Cada septiembre me pasa lo mismo, cuando entro al edificio pienso en el arquitecto que lo diseñó: ¿habrá tenido título o solo era un entusiasta de los Lego? Porque las decisiones estructurales claramente no las tomó alguien con sentido común. Estoy convencida...
Por El Perrochinelo Ora sí, banda, agárrense que ahí viene septiembre, el mes más bipolar del calendario chilango: por un lado te pone el corazón en verde, blanco y rojo, pero por el otro te recuerda que la tierra también se pone de malas y nos sacude como sonaja en manos de chamaco hiperactivo. Yo, perro callejero, me paseo por las calles y no puedo evitar ver cómo de repente la ciudad se disfraza de patria: banderas por doquier, desde las que cuelgan gloriosas en el Zócalo hasta las mini banderitas que venden en los semáforos, donde el vendedor de la esquina te las ofrece junto con la matraca, el sombrerote y hasta el bigote postizo pa’ que te sientas mexicano en pleno México. Y la banda compra, porque al chilango le gusta demostrar que el amor a la patria se mide en cuantos objetos tricolores puede llevar puesto. Pero también septiembre es puro antojo carnal, loco: el pozole se convierte en religión, con su orégano, sus rábanos y el crunch de las tostadas que parece música celestial...