Por TPS
Desde hace ya varios meses, hemos estado siguiendo con atención la intensificación del conflicto en Medio Oriente. Lo que comenzó como una sacudida más del viejo tablero regional ahora puede convertirse en un punto de quiebre. Y no sólo para la región, sino para el sistema-mundo en su conjunto.
Lo que estamos presenciando no es únicamente una disputa militar entre Estados o grupos armados; es la expresión más cruda de un orden internacional profundamente desigual. Un orden que, desde sus cimientos coloniales, ha tratado a Medio Oriente como botín geoestratégico, no como espacio vivo, complejo y legítimo en sus propias búsquedas de autodeterminación.
En este momento, Gaza arde, Yemen está en pie de lucha, Siria sigue desangrándose, Irak no termina de sanar e Irán apenas vuelve a respirar. El cerco a los pueblos se ha estrechado. A la violencia armada se le suma los bloqueos, el cerco informativo y la indiferencia diplomática. Y mientras tanto, potencias como Estados Unidos, Rusia, China, Turquía e Israel mueven fichas como si esto fuera una partida de ajedrez. Pero no lo es. Porque no son piezas las que caen. Son vidas.
Desde nuestra visión, en los próximos seis meses pueden abrirse varios escenarios:
Intensificación del conflicto en múltiples frentes
Si Israel continúa su ofensiva en Gaza, y si Hezbollah entra de lleno en el conflicto desde el sur de Líbano, podríamos estar ante una guerra regional con múltiples frentes activos. Irán, por su parte, si lo vuelve a atacar Israel podría reiniciar las hostilidades. En este contexto, cualquier error de cálculo, cualquier ataque que rebase los límites “esperados”, puede provocar un efecto dominó difícil de contener.
Estados Unidos, no puede ocultar que es parte del problema. Su apoyo incondicional a Israel, su reciente ataque a Irán, su silencio ante las violaciones de derechos humanos de “Bibi” Netanyahu… son decisiones que alimentan el fuego. Y no se trata solo de geopolítica: se trata de ética.
Reconfiguración de alianzas globales
Lo que ocurre en Medio Oriente no se queda en Medio Oriente. Está en juego el lugar de Occidente en el mundo, la legitimidad de las instituciones internacionales y la distribución del poder global. Rusia y China, por ejemplo, están aprovechando la crisis para posicionarse como contrapesos al relato occidental. Ya no se trata únicamente de controlar territorios, sino de disputar narrativas, legitimidades, economías.
No es casual que América Latina, África y Asia estén reaccionando con discursos cada vez más críticos hacia las potencias tradicionales. Es un reflejo del hartazgo de siglos. En ese sentido, el conflicto en Medio Oriente podría acelerar un proceso ya en marcha: el fin del mundo unipolar.
Agudización de crisis humanitarias
Lo más urgente —y también lo más invisibilizado— es el sufrimiento civil. No hablo solo de muertes directas. Hablo de desplazamientos masivos, crisis alimentarias, colapsos sanitarios. Gaza, por ejemplo, ya es un campo de exterminio a cielo abierto, y si la guerra se extiende, podríamos ver una crisis de refugiados sin precedentes, desde Líbano hasta Egipto, desde Siria hasta Europa.
Y sabemos cómo responde el Norte Global ante los desplazados: con muros, con racismo, con políticas migratorias inhumanas. Así que este conflicto no sólo fractura a Medio Oriente: también pone a prueba la conciencia moral del mundo.
Cuando me preguntan: ¿hay salida? Yo creo que sí, pero no en los términos en que nos lo plantea la diplomacia actual. No se trata de un cese al fuego que deje intactas las estructuras de ocupación. No se trata de “diálogos de paz” que excluyen a los pueblos. Se trata de desmontar, de una vez por todas, el modelo colonial que ha reducido a Medio Oriente a un espacio de recursos y guerras por encargo.
La única salida justa es una salida anticolonial. Donde la vida esté en el centro. Donde Palestina sea libre. Donde los pueblos árabes no sean tratados como escombros históricos, sino como sujetos políticos. Donde la comunidad internacional deje de mirar a la región con desprecio o paternalismo y empiece a escuchar con humildad y respeto.
Los próximos seis meses nos obligarán a elegir de qué lado estamos. Y no hablo de banderas. Hablo de actuar o ignorar.
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