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ARCHIVOS FORTEANOS: Quinametzin

Por CEF

Los Quinametzin (del náhuatl quinametli, “gigante") representan una raza primordial de humanos colosales que poblaron la Tierra durante las eras tempranas, antes del surgimiento del hombre moderno. La mitología nahua los sitúa en el tiempo del Sol de Agua (Nahui‑Quiahuitl), una de las Cinco Eras o Soles que vertebran la cosmovisión mexica. Se cree que fueron creados por los dioses como seres poderosos y de gran inteligencia, pero su existencia fue vista con desconfianza y temor: se pensaba que, a pesar de sus cualidades superiores, desobedecieron a los dioses y se negaron a venerarlos, lo que precipitó su destrucción mediante una gran inundación o por el fuego enviado por Quetzalcóatl al caer sobre ellos desde los cielos. La caída del Sol de Agua sería interpretada luego como un diluvio catastrófico, en el que los gigantes fueron aniquilados o convertidos en peces, mientras que la humanidad sobreviviente dio paso al Quinto Sol, el nuestro .

Según los códices novohispanos (como el Florentino, el Vaticano o el de fray Diego Durán) y crónicas de frailes como Andrés de Olmos, los Quinametzin no solo figuran en mitos remotos, sino que su existencia se apoyaba en hallazgos de restos óseos gigantescos. De Olmos reportó descubrimientos en el palacio del virrey Antonio de Mendoza de huesos tan grandes que cada dedo medía casi como una palma humana. Estos hallazgos frecuentemente correspondían a fósiles de animales megafaunales (mastodontes, mamuts), aunque en su momento se confundieron con restos humanos gigantes.

En este contexto, surgió un relato recurrente: los Quinametzin habrían sido los constructores originales de monumentos como la Gran Pirámide de Cholula (Tlachihualtépetl) y la gran Ciudad de los Dioses, Teotihuacan. Tal atribución era en parte consecuencia del asombro de cronistas y colonizadores: las grandes edificaciones parecían más allá de la capacidad de los pueblos indígenas descritos como “inferiores” en estatura o tecnología. De hecho, se decía que gigantes como Xelhua hicieron la pirámide de Cholula, y otros ilustres Quinametzin fueron considerados fundadores de otras ciudades importantes.

La tradición oral narra una serie de relatos épicos sobre la existencia y el fin de los Quinametzin. Una historia emblemática describe cómo los olmeca‑xicalancas, al establecerse en Tlaxcala, Puebla y Cholollan en el siglo I d.C., hallaron a estos gigantes salvajes que vivían y cazaban en los montes. Aunque al principio hubo tributos, eventualmente los mercaderes los derrotaron tras emboscarlos y emborracharlos, eliminando a casi todos los Quinametzin .

Otros relatos, como los del fraile Andrés de Olmos y cronistas como Chimalpahin, narran hallazgos de huesos gigantes en obras del Gran Desagüe del Valle de México en el siglo XVII. Esto alimentó la idea de que estos restos pertenecían a antiguos gigantes y reforzó la creencia de que los Quinametzin habían habitado esas tierras en el pasado remoto.

El mito de los Quinametzin contiene una fuerte dimensión moral y cósmica. La tradición recoge que los gigantes fueron creados para poblar el mundo, pero al corresponderles el Sol de Agua, sucumbieron a su propia prepotencia: no respetaron a los dioses, olvidaron el orden sagrado y, tras caer su sol, fueron castigados con una lluvia de fuego o una inundación devastadora . Este relato no solo legitima la narrativa de los Cinco Soles, sino que vincula la historia primigenia con los ciclos de destrucción y recreación del mundo, un tema recurrente en la cosmovisión mesoamericana.

Los Quinametzin también representan arquetipos universales. Al igual que los Nephilim bíblicos o los gigantes de otras mitologías, encarnan la figura del coloso caído: seres creados para edificar y proteger, pero que, sin humildad ni devoción, terminan desafiando el orden y son eliminados. En el Códice Vaticano A se ilustra a los aztecas derribando al último gigante, en una escena cargada de simbolismo sobre la transición de poder y el fin de una era.

Desde una perspectiva forteana, los Quinametzin pueden interpretarse como un tipo de criptozoología cultural: vestigios de relatos que podrían basarse en impresiones reales de estructuras antiguas o hallazgos paleontológicos, interpretados a través del lenguaje mítico. La metáfora del gigante se convierte en una narrativa que pretende explicar lo inconmensurable: pirámides, huesos enormes y fenómenos geológicos (inundaciones, terremotos, desagües) que modelaron el paisaje del Valle de México. Estas estructuras parecen pertenecer a manos gigantes, lo cual alimentó las leyendas .

Aunque no existe evidencia científica que respalde que los Quinametzin fueran seres físicos, la persistencia de su mito en la memoria colectiva hasta la época colonial y moderna revela su enorme peso simbólico. La presencia de códices, testimonios de cronistas y hallazgos óseos (por más equivocados que fueran) compone un cuerpo de relatos imposible de desestimar en un estudio forteano, pues unen arqueología, paleontología, mitología y política en un mismo hilo narrativo.

Hoy en día, el Quinametzin sigue fascinando a investigadores, literatos y divulgadores. Aparecen con frecuencia en museos interactivos, documentales y publicaciones dedicadas al México antiguo. Servidora de cadenas narrativas sobre el origen del hombre, los límites del poder o la reconciliación del pasado con el presente. Su historia ofrece, además, una reflexión sobre cómo las culturas incorporan los restos de su propio pasado imaginario en su identidad, creando un sentido de asombro que trasciende lo histórico.

Los Quinametzin son un pilar del imaginario prehispánico, un puente entre lo mítico y lo tangible. Surgidos durante el daño del Sol de Agua, castigados por su arrogancia y extinguidos por cataclismos o invasiones humanas, estos gigantes encarnan temas universales pero profundamente mexicanos: la creación y destrucción del mundo, la responsabilidad de los poderosos, y la forma en que la memoria y los fósiles antiguos se narran como historia verdadera. Su pervivencia en mitos, códices y tradiciones orales no solo refuerza su vigencia, sino que los convierte en una figura ideal para el análisis forteano.

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