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LA CLASE: El Regalo de Rafael Coronel

El Regalo. Rafael Coronel. Oleo sobre tela


Por Félix Ayurnamat

Composición:

La escena presenta una figura masculina de aspecto casi arquetípico,  vestida con una túnica roja y un sombrero cónico que evocan a magos o personajes de religiosos. Lo curioso es que sostiene con su mano derecha una especie de máscara o cabeza que reproduce su propio rostro, rematada con un arreglo floral rojo, mientras que con la mano izquierda porta un objeto que recuerda un cetro coronado con flores.

Al fondo, sobre un espacio neutro de tono dorado, flota un pequeño colibrí azul, que aporta contraste cromático y parece dialogar con las figuras humanas. La composición está pensada en un equilibrio diagonal: hay una diagonal que atraviesa todo el cuadro de izquierda a derecha de arriba a abajo, mientras que otra va de la mano derecha a la izquierda.

El cuerpo del personaje ocupa la mayor parte de la superficie, generando un peso visual dominante a la derecha de la imagen. La máscara/cabeza añadida, al lado izquierdo, introduce un elemento de extrañeza, duplicidad y tensión visual.

Aspectos técnicos:

Color:

Dominan los tonos cálidos: rojos, naranjas y dorados, que transmiten cierta energía ritual, teatral y ensoñadora.

El colibrí azul aporta un contraste frío, que resalta sobre el fondo cálido y atrae inmediatamente la mirada.

Los tonos de piel tienen un modelado suave, sin estridencias, lo que da a los rostros un aire de estatua o de personaje irreal.

Luz y sombra:

La iluminación es difusa, sin una fuente lumínica clara, generando una atmósfera de sueño o de escena teatral sin tiempo.

Las sombras son sutiles pero efectivas, modelando los volúmenes de las figuras y dándoles presencia corpórea.

Línea y forma:

Las líneas son suaves y ondulantes, sobre todo en las túnicas y barbas, lo que contribuye a la sensación de fluidez y de suspensión temporal.

Las formas son figurativas pero estilizadas: los rostros son alargados, las proporciones son ligeramente distorsionadas para reforzar la expresividad.

Textura:

La pincelada es fina y controlada; no se perciben texturas matéricas gruesas en la superficie, lo que da a la obra un acabado pulido y casi ilustrativo.

Elementos formales destacados:

Repetición y duplicidad: La cabeza sostenida que reproduce el mismo rostro del personaje central introduce un juego de identidad, desdoblamiento o máscara, un motivo frecuente en la obra de Rafael Coronel.

Contraste cromático: Entre los rojos cálidos del personaje y el colibrí azul, generando tensión visual y narrativa.

Geometrización: Las líneas diagonales del sombrero y la postura de los brazos crean una estructura dinámica, contrastando con la serenidad de los rostros.

Interpretación simbólica

A simple vista, la escena parece una fantasía onírica, pero bajo esta superficie luminosa y teatral se oculta una reflexión compleja sobre la identidad, el tiempo, la máscara y el vacío existencial, temas recurrentes en la obra de Rafael Coronel.

El personaje central sostiene dos objetos cruciales:

En su mano derecha (la del poder y la acción), lleva una cabeza/máscara idéntica a sí mismo, coronada con flores rojas.

En su mano izquierda (el lado del corazón), porta un cetro extraño cubierto también de flores.

Aquí se abren varios niveles de sentido:

La máscara como símbolo del yo escindido

El rostro que sostiene no es ajeno: es su propia cabeza. Esto sugiere un desdoblamiento interior.

Esto conecta con la antigua tradición de la máscara ritual mesoamericana y europea: lo que uno muestra al mundo nunca es idéntico a lo que uno es en verdad.

Es una pregunta sobre la identidad: ¿somos lo que mostramos o lo que ocultamos? El regalo que se ofrece no es otro que uno mismo, vaciado, separado, vuelto objeto para otro.

Las flores: belleza efímera y ofrenda

Ambos objetos están coronados de flores. En la tradición mesoamericana (que Coronel conocía y admiraba), las flores representan tanto la belleza como la muerte; son símbolo de la vida breve, de la ofrenda y del sacrificio.

Por tanto, el "regalo" es doble:

Una máscara floral, la imagen que el hombre ofrece al mundo, construida, vacía pero bella;

Un cetro o bastón florido, posible símbolo de poder o autoridad, también sin vida real.

El ser humano, parece decir Coronel, sólo puede ofrecer imágenes, apariencias, símbolos vacíos de su esencia verdadera.

El colibrí: mensajero entre mundos

El colibrí azul es un símbolo central. En la cosmovisión prehispánica representa a Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra, pero también alma ligera que viaja entre el mundo de los vivos y los muertos.

El ave aparece detenida, contemplando este acto de entrega: el hombre ofrece su imagen desdoblada a lo sagrado o a la muerte. ¿El colibrí acepta? ¿Rechaza? No lo sabemos.

El colibrí puede ser la conciencia misma, que observa cómo el hombre se fragmenta en sus máscaras, incapaz de mostrar su verdadero ser.

El sombrero cónico: el bufón o el mago

El gran sombrero rojo podría remitir al bufón medieval o al mago, figuras liminales entre el poder, el saber y la locura.

Si es un mago, Coronel sugiere que el hombre cree controlar sus símbolos, pero está perdido en su propio juego de imágenes.

Si es un bufón, hay ironía: el hombre moderno es un payaso solemne que sólo puede regalar una representación vacía de sí mismo.

En ambos casos, hay una crítica sutil a la vanidad humana: creemos tener un "regalo" valioso que ofrecer, pero quizá sólo portamos máscaras y objetos gastados por el tiempo.

La atmósfera dorada: lo sagrado perdido

El fondo dorado recuerda los iconos bizantinos, el arte religioso antiguo donde las figuras flotan en un espacio sin tiempo, sin lugar.

Pero aquí no hay santos ni dioses: hay un hombre viejo y cansado, ofreciendo su propia imagen hueca a un colibrí indiferente.

El dorado sugiere que lo sagrado se ha vaciado, que el acto de ofrenda ha perdido su sentido original.

"El regalo" es una pintura sobre el drama de la identidad humana en tiempos modernos: el hombre no posee ya nada auténtico que ofrecer al mundo, salvo una máscara de sí mismo, un reflejo gastado de su propio rostro, un símbolo que ha perdido su poder.

El colibrí —la conciencia, la divinidad, el destino— observa en silencio, sin intervenir. La escena es teatral y absurda: un ritual vacío donde el ser humano, disfrazado de mago o bufón, intenta dar sentido a su existencia en un mundo donde el sentido se ha desvanecido.

La obra nos habla del peso del tiempo, de la vanidad de las apariencias, de la inevitable soledad de la conciencia.

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