Por: TPS
La frase "Aquí solo mis chicharrones truenan" despliega toda una dramaturgia de poder y protagonismo. Literalmente, hace referencia al sonido crujiente de un chicharrón bien frito —una señal de maestría culinaria— y, figurativamente, afirma quién manda en el territorio discursivo. Es un refrán que detona autoridad: “Aquí yo decido”, “aquí controlo la situación”.
Imagine una reunión donde cada individuo anda en su rollo: al final alguien suelta esta frase y todos saben quién rompió el silencio, saltó a escena y se adjudicó el rol central. En este acto performativo, el chicharrón que truena traza una frontera emocional y semántica: todo lo que reluce y cruje aquí, depende de mí. Nadie más tiene derecho a hacerlo sonar.
Estructuralmente, este dicho funciona como un mecanismo de delimitación de poder. En contextos familiares o laborales —escuelas, juntas vecinales, grupos de WhatsApp— esta frase se activa para imponer orden y ejercer autoridad sin explicaciones. Es una declaración más poderosa que cualquier argumento racional: “Mis chicharrones truenan, ergo mando”. El receptor interioriza la jerarquía sin discusión posible.
Desde la sociología del lenguaje, vemos cómo esta frase se convierte en un acto performativo: no describe un estado, lo establece. Como diría Judith Butler para otros actos, aquí el hablante “se autoriza” para ejercer poder, y el lenguaje se vuelve herramienta de dominación afectiva, reordenando roles sociales.
El hecho de que sean “mis chicharrones” enfatiza la propiedad y el mérito. Aquí no hay invitados, extras ni invitados de honor; solo el rigor autoritario de quien conoce la receta ganadora. Así, esta expresión nos revela una faceta del imaginario social mexicano: una mezcla de humor, gastronomía y poder que se expresa con una simple y contundente frase.
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