Por TPS
Hoy me siento en la obligación de hablar sobre un peligro que nos acecha globalmente: la ultraderecha. Este fenómeno no es un simple matiz político; supone una amenaza estructural para la democracia, la igualdad y nuestra capacidad de solidaridad.
La ultraderecha se ha consolidado como una amenaza para los sistemas democráticos y las comunidades marginalizadas. En Europa y América, la violencia racista, los atentados contra migrantes y la persecución a minorías religiosas ya son hechos alarmantes. El asesinato de Hichem Miraoui en Francia —una víctima por su origen tunecino— y planes de ataques en Alemania, son claros signos de un clima enrarecido por el supremacismo.
Ya no hablamos de extremos marginales: gobiernos como los de Trump, Orbán o Putin se enmarcan en una lógica “civilizatoria” que excluye al otro.
En países como Portugal, Polonia o Rumania, partidos de ultraderecha están influyendo decisivamente, incluso sin ocupar el poder directo. A esto se suma que partidos tradicionales han copiado su discurso xenófobo y hasta políticas migratorias durísimas, como vimos en Canadá, Francia o EE. UU.
La ultraderecha maneja discursos tramposos, articulado a través de:
l Retórica “pueblo vs élites”, donde el inmigrante o la diversidad cultural es señalada como amenaza al “bien común”
l Manipulación de emociones, empleando estrategias como la “manguera de falsedades” (firehosing), bombardeando información repetitiva y contradictoria para confundir y polarizar
l Apropiación de discursos sociales como el multiculturalismo, la ecología o el feminismo, pero transformándolos en mensajes de exclusión o control identitario .
l Simplificación emocional y narrativa: apelan a la nostalgia, el miedo y el resentimiento. No buscan la verdad, sino imponer símbolos que rompan la cohesión social clásica .
Este tipo de discurso no es inofensivo. Ha legitimado el terrorismo de ultraderecha, desde Christchurch en Nueva Zelanda hasta Buffalo en EE. UU.
En Europa, los partidos de ultraderecha ya están dentro de coaliciones de gobierno, lo que expone a las democracias a políticas represivas y xenófobas .
Además, el resurgimiento de movimientos nacionalistas con pretensión “civilizatoria” sitúa a la comunidad internacional al borde de enfrentamientos geopolíticos y de una regresión hacia formas autoritarias
¿Cómo actuar para contenerla?
l Escuchar y comprender el malestar ciudadano: no basta condenar, es necesario atender las causas estructurales que alimentan el apoyo a la ultraderecha —desigualdad, precariedad, falta de presencia social— .
l Reforzar la democracia deliberativa: promover espacios públicos comunitarios donde las voces excluidas sean de verdad escuchadas y se generen soluciones colectivas.
l Actuar contra la desinformación: imponer normas claras para penalizar la “manguera de falsedades” y exigir a plataformas que eliminen bots y perfiles automatizados que amplifican el odio
l Fomentar corresponsabilidad de gobiernos y medios: no bastan condenas. Se deben generar marcos legales y éticos que impidan la adopción de discursos ultraderechistas por fuerzas tradicionales .
l Construir alianzas globales de solidaridad: frente a los esfuerzos de construir una “alianza de ultraderechas”—por ejemplo, Vox aliándose con Trump, Putin y Milei—, necesitamos una alianza solidaria humanista que promueva derechos humanos, pobreza, clima y cultura
Me duele y alarma ver cómo se banaliza el odio, se reproduce el miedo hacia el migrante, se anula la capacidad de diálogo y se descalifica el disenso. Como un ser humano pienso que estamos ante un resurgir de modos coloniales de imaginar la política: defendiendo un “nosotros” homogéneo, cerrado y excluyente. Pero también creo que podemos –y debemos– responder con una política humana, solidaria y justa, inspirada en la interdependencia que nos caracteriza en este siglo global.
Creo que es momento de retomar el horizonte emancipador: construir democracias reales, interculturales, que pongan en el centro la dignidad y las relaciones humanas, no las fronteras ni el miedo. La ultraderecha no es una bifurcación inevitable del futuro: es un túnel que debemos cerrar colectivamente.
Espero que esta reflexión les sirva para entender no sólo los desafíos que trae la ultraderecha como fenómeno político, sino también para sostener una respuesta comprometida, desde la experiencia diaria, la enérgica convicción social y el apego a una visión anticolonial y anticapitalista del mundo.
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