Autorretrato. Francisco Goitia.
Por MTFX
Francisco Goitia (1882-1960) fue un pintor mexicano de espíritu independiente, conocido por sus obras que revelan el dolor y la miseria de su época. Formado en la Academia de San Carlos de la Ciudad de México y con estudios en Europa, trabajó como dibujante para la Revolución Mexicana, acompañando al general Felipe Ángeles. Como cronista visual, plasmó en lienzos el hambre, la violencia y la desesperación que presenció en los campos de batalla. Sin embargo, Goitia nunca encajó en el ambiente artístico oficial de su tiempo: su estilo se mantuvo al margen del muralismo dominante y se caracterizó por un realismo sombrío con toques expresionistas. A fines de la década de 1910, agotado por las secuelas de la guerra y por convicciones personales, el pintor comenzó a buscar un retiro espiritual.
A principios de los años 20 Goitia se trasladó a vivir a Xochimilco, en el sur de la ciudad, instalándose en el Barrio de San Marcos Tlaltepetlalpan. Allí construyó con sus propias manos una pequeña casa de adobe con techo de palma, donde llevó una existencia tan austera como la de un anacoreta. Influido por los años en los que unos frailes franciscanos lo habían cuidado durante una enfermedad en su juventud, decidió adoptar él también los votos de pobreza. Vivía en completo recogimiento: dormía en el suelo, vestía con ropas gastadas y comía lo más sencillo, entregando incluso a la iglesia y a personas necesitadas los ingresos que obtenía por vender algunos de sus cuadros. Esta vida humilde y solitaria acentuó su imagen de artista místico y alejado del mundo.
El entorno rural de Xochimilco le brindó a Goitia un profundo refugio espiritual. Rodeado de agua, vegetación y campesinos, el pintor halló afinidades con el paisaje sereno que evocaba el campo de su niñez. Cuentan que pasaba largas horas contemplando los atardeceres sobre los canales, que hablaba con la luna en las noches claras y que retrataba los rostros curtidos de chinamperos y campesinas de la zona. Esta conexión íntima con la naturaleza y la gente sencilla se reflejó en su obra y en su carácter introspectivo: en Xochimilco encontraba la calma para meditar y profundizar en sus creencias.
Durante esos años xochimilcas Goitia siguió creando obra, aunque siempre en el silencio de su retiro. Pintó principalmente escenas religiosas, paisajes nocturnos y retratos íntimos, todos impregnados de gran dramatismo. Su estilo combinó el realismo con una expresión intensa: las figuras solitarias que plasmó parecían envueltas en una luz tenue, suspendidas en un silencio contemplativo. Entre estas obras destaca “Tata Jesucristo” (c. 1925-1927), un cuadro conmovedor que representa el dolor y la tristeza y es considerado su obra maestra. Preparó también bocetos para un mural, por ejemplo un purgatorio para una iglesia de la ciudad, aunque esos trabajos quedaron inconclusos. En cualquier caso, Goitia pintó prácticamente hasta sus últimos días, repartiendo sus creaciones con discreción y manteniendo la coherencia de una vida entregada a ideales espirituales.
El 26 de marzo de 1960 Goitia murió en su casa de Xochimilco a causa de una neumonía, y fue sepultado en el panteón de Xilotepec al día siguiente. Aquel humilde funeral fue acompañado por vecinos y amigos del barrio, pues la élite artística no asistio. Sin embargo, con el tiempo su memoria se arraigó en la identidad de Xochimilco. Hoy la estación del Tren Ligero situada junto a su antiguo domicilio lleva su nombre, y la alcaldía local ha dedicado espacios culturales a su legado. Cada aniversario de su muerte se le recuerda como símbolo de honestidad y devoción, manteniendo viva la memoria de quien supo unir en su obra el amor por el paisaje con una visión profundamente humana.
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