Ir al contenido principal

UN DÍA CUALQUIERA: El brillo de las estrellas muertas

Por Rebeca Jiménez

Beatriz solía caminar los diez minutos entre su casa y la escuela en silencio, observando las grietas en las banquetas y las plantas que crecían entre ellas, un trayecto tan monótono como su vida. Desde los quince años, su madre había decidido que Ernesto era el novio perfecto, y con el tiempo, Beatriz había aprendido a apreciarlo como se aprecia un mueble funcional: útil, sin complicaciones, pero sin emoción. Cada mañana, caminaba hacia la preparatoria con una puntualidad tan mecánica que sus pasos parecían grabados en el asfalto, recorriendo calles siempre iguales, con árboles medio desnudos y señoras barriendo las banquetas, indiferentes al pasar de los estudiantes. A sus casi dieciocho años, la vida de Beatriz se sentía atrapada en un eterno "mientras tanto".

Ya en la escuela caminaba por los pasillos con la mochila apretada contra el pecho, como si con ese gesto pudiera contener el vacío que crecía dentro de ella, mientras el aire olía a humo y a adolescente, a rutina. Sus pasos sonaban en el silencio de la mañana, un eco que parecía repetirle una y otra vez: *esto es todo, esto es todo, esto es todo*. Sus padres tenían una imprenta, un negocio estable que les permitía vivir sin preocupaciones, y Ernesto, su novio desde el primer año, ya tenía su futuro trazado: estudiaría Derecho, como su padre. "Es un buen partido", le decía su madre, con esa voz que no admitía réplica, mientras su padre la observaba en silencio, con ojos cansados que parecían entender algo que ni ella misma podía nombrar. La vida se le antojaba como un cuarto sin ventanas, cómodo pero asfixiante.

En la escuela, su rutina se había vuelto pesada con las materias que tenía que recursar, ahora debía levantarse temprano para cursarlas. Biología y Etimologías Grecolatinas eran un castigo más que un reto, pero al menos le daban un pretexto para alejarse de Ernesto y de la constante mirada crítica de su madre. Su padre, por otro lado, parecía entenderla desde el silencio. Nunca la cuestionaba, pero sus ojos reflejaban una comprensión que le dolía más que las palabras. Beatriz no se sentía afortunada. Ernesto era amable, predecible, aburrido. Lo apreciaba, sí, pero algo dentro de ella se rebelaba contra la idea de que su vida estuviera ya decidida, como un libro cuyo final se podía adivinar desde la primera página. No estaba triste, tampoco contenta. Simplemente existía, flotando en un limbo gris. Todo cambió el día que conoció a Sergio.

Sergio apareció como un accidente en medio de su tedio. Se sentaba al fondo del aula, con la mirada perdida en alguna parte fuera de las ventanas. Era un chico peculiar: cabello desordenado, mirada esquiva y llevaba una camisa de cuadros que parecía demasiado grande para él. No hablaba con muchos, y cuando lo hacía, sus palabras eran escasas, precisas, como si eligiera cada una con cuidado. Siempre con una libreta llena de dibujos y anotaciones que parecían no tener sentido. No era guapo, al menos no en el sentido convencional. Beatriz lo observó de reojo durante semanas, intrigada por su silencio, por esa aura de misterio que lo rodeaba. Había algo en él, una intensidad silenciosa, como si el mundo a su alrededor le resultara indiferente.

La primera vez que Beatriz le habló, usó el pretexto de pedirle ayuda para Biología.

"¿Me prestas tus prácticas de Biología?", le dijo un martes, planteándose frente a él con una sonrisa que no sabía si era coqueta o sólo nerviosa.

Sergio se pego a un muro como un gato acorralado, bajo la vista lentamente, la miro como si le costara enfocarla. Hizo un gesto que estaba a medio camino entre la desconfianza y la sorpresa.

—¿Por qué yo? —preguntó, sin molestarse en ser amable.

—Porque tú pareces entender todo esto. Y yo no.

Él suspiró, se tomo unos minutos y asintió, y así empezó todo.

Con el tiempo, Sergio y Beatriz desarrollaron una rutina. Se sentaban juntos en la biblioteca después de clases a estudiar un día Etimologías y otro Biología, rodeados de libros abiertos que rara vez consultaban. Sergio hablaba poco, pero sus palabras siempre eran certeras, como si cada una tuviera un propósito. Beatriz lo escuchaba con fascinación, sintiendo cómo algo dentro de ella despertaba después de meses, tal vez años, de letargo.

Los días se convirtieron en semanas, y las horas que pasaban juntos estudiando se transformaron en largas conversaciones sobre la vida, el arte, la filosofía. Sergio tenía una manera peculiar de ver el mundo, una mezcla de cinismo y melancolía que fascinaba a Beatriz. Le hablaba de arte, de lugares, de las estrellas, de cómo la luz que veían en el cielo era el eco de algo que ya había muerto hace miles de años. Le hablaba de la fugacidad de las cosas, de cómo todo lo que amamos está condenado a desaparecer. Y en medio de esas palabras, de esas ideas que la hacían sentir viva por primera vez, surgió algo más.

Fue un beso que ella le robo en un rincón oscuro de la biblioteca, un roce de manos que se convirtió en un abrazo, en un susurro, en una promesa tácita de algo que ambos sabían que no duraría. Sergio no era como Ernesto. No era seguro, no era predecible. Era fuego, era vértigo, era todo lo que Beatriz no sabía que necesitaba. Juntos vivieron con una intensidad que la dejaba sin aliento, como si cada encuentro fuera una forma de despedida. Sergio le enseñó a ver el mundo con otros ojos, y ella a sentir el placer y el dolor como dos caras de la misma moneda. Y aunque sabía que aquello no podía durar, que su destino estaba sellado por las expectativas de su madre, Beatriz se aferraba a esos momentos como si fueran la única cosa real en su vida.

Una tarde, en un parque cercano a la escuela, donde se veían cuando la madre de Beatriz estaba en casa.  Sergio le preguntó: "¿Por qué sigues con Ernesto?". Beatriz miró al suelo, sintiendo cómo la pregunta abría una grieta en su interior. "Es cómodo, supongo. No sé. Mi mamá dice que es un buen partido", respondió. Sergio insistió: "¿Y tú qué dices?". No tuvo respuesta. Se limitó a encogerse de hombros y cambiar de tema, pero la pregunta quedó suspendida en el aire, persiguiéndola incluso cuando estaba sola.

Con cada día que pasaban juntos, Beatriz sentía cómo Ernesto y su vida planeada se desdibujaban, volviéndose algo distante y ajeno.

En casa, su madre seguía mencionando lo buen partido que era Ernesto, mientras su padre la observaba en silencio, con esa expresión que mezclaba preocupación. Él sabía, sin necesidad de palabras, que algo en Beatriz estaba cambiando y que la razón era Sergio. Pero la culpa siempre estaba ahí, acechando en las sombras. Cada vez que Ernesto llegaba a visitarla o ella iba a la casa de el, cada vez que su madre le preguntaba por su novio, Beatriz sentía que una parte de ella se desvanecía, como si estuviera traicionando no solo a los demás, sino a sí misma. ¿Quién era realmente? ¿La hija obediente que todos esperaban que fuera, o esa mujer que surgía en la compañía de Sergio, libre, intensa, viva?

Ella sabía que el tiempo con Sergio era un paréntesis, un respiro en una vida que sentía impuesta. Beatriz sabía que era temporal; Sergio desde el principio también lo notaba: él no pertenecía a ese lugar. Y ella, por más que lo deseara, tampoco tenía el valor de escapar. Una tarde, mientras estaban juntos en la habitación de ella, acostados y en silencio, Beatriz le preguntó por qué nunca hablaba de su futuro. Él la miró con esa sonrisa triste que tanto la conmovía y le dijo: "El futuro es una ilusión, Beatriz. Lo único que tenemos es este momento, aquí y ahora". Esas palabras la atravesaron como un cuchillo, porque sabía que eran ciertas, pero también porque entendía que no podía vivir así para siempre.

En la última clase que compartieron (ella por fin terminaría todas sus materias y pasaría a la universidad). Sergio le entregó una hoja arrancada de su libreta. Era un dibujo de una mujer caminando en medio de un bosque oscuro, rodeada de árboles torcidos y raíces que parecían atraparla. Al fondo, había un claro donde brillaba una luna enorme. "Es lo que me imagino cuando te veo", le dijo, sin mirarla directamente. Beatriz quiso responder, pero él salió del salón rápidamente, antes de que pudiera decirle algo.

La última vez que se vieron fue el día que ella hizo el examen final de Etimologías. Sergio la esperó hasta que terminó y la acompañó a su casa.  Caminaron en silencio hasta llegar al portón de la casa de sus padres. Donde la madre de Beatriz  se encontraba esperando a una vecina. Antes de despedirse, él le tomó la mano por un instante y le dijo: "Eres más de lo que crees, Beatriz. No dejes que te convenzan de lo contrario". Ella no respondió, solo asintió, con los ojos llenos de algo que no se atrevía a soltar. Esa fue la última vez que lo vio.

Esa noche, en su habitación, Ella guardó el dibujo entre las páginas de un libro que Sergio le había regalado, como quien esconde un tesoro. Miró por la ventana, hacia las luces lejanas de la ciudad, y sintió un nudo en el pecho. Sabía que no podía escapar del futuro que le habían impuesto, pero también sabía que, por un breve instante, había encontrado algo real. Volvió con Ernesto, como siempre supo que haría, y continuó con su vida como si nada hubiera pasado. Sin embargo, en las noches, cuando todo estaba en silencio, pensaba en Sergio, en esas horas robadas que habían sido suyas y de nadie más. Aunque aquel amor era ahora como la luz de una estrella que murió hace siglos, también sabía que había sido real.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Carta de Belisario Dominguez

Señor presidente del Senado: Por tratarse de un asunto urgentísimo para la salud de la Patria, me veo obligado a prescindir de las fórmulas acostumbradas y a suplicar a usted se sirva dar principio a esta sesión, tomando conocimiento de este pliego y dándolo a conocer enseguida a los señores senadores. Insisto, señor Presidente, en que este asunto debe ser conocido por el Senado en este mismo momento, porque dentro de pocas horas lo conocerá el pueblo y urge que el Senado lo conozca antes que nadie. Señores senadores: Todos vosotros habéis leído con profundo interés el informe presentado por don Victoriano Huerta ante el Congreso de la Unión el 16 del presente. Indudablemente, señores senadores, que lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el cúmulo de falsedades que encierra ese documento. ¿A quién se pretende engañar, señores? ¿Al Congreso de la Unión? No, señores, todos sus miembros son hombres ilustrados que se ocupan en política, que están al corriente de los sucesos del pa...

Arte que repercute en la vida.

por: Katia Briseño. ¿Alguna vez se han preguntado si el arte sirve para la vida? ¿Qué es lo que se espera de un curso de artes plásticas a nivel medio superior? ¿Por qué algunas personas todavía consideran tomar talleres de arte? ¿En verdad los talleres de arte enseñan a reflexionar o son una repetición de técnicas sin contenido? El taller de exploración visual es un espacio que propone una reflexión en torno al arte y la visión que tenemos del mundo.    Más que preocuparse por la forma, se centra en buscar el contenido con creatividad e imaginación en las obras. El artista a cargo ayudara a reflexionar y descubrir aspectos nunca antes vistos de las piezas de arte, con motivo de generar una reflexión.   ¿Qué tan difícil es saber si el arte es arte? ¿Por qué es arte y porqué nos provoca? Es un espacio de análisis personal y colectiva en cuanto a qué es lo que provoca y el mensaje de las piezas. Se divide en dos módulos: dibujo y escultura. El dibujo va orientad...