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Foto: Laura Cohen |
Por Félix Ayurnamat
Pedro Coronel (1922-1985) es uno de esos artistas que no se encasillan fácilmente. Su obra tiene algo que se mueve entre la tierra y el cosmos, entre lo primitivo y lo contemporáneo, entre la estructura y la explosión del color. Su nombre no siempre está en la primera fila cuando se habla de arte mexicano, pero su contribución es fundamental. Fue un pintor y escultor con una voz propia dentro de la abstracción, y su búsqueda estética lo llevó a explorar desde la forma más pura hasta el simbolismo más enigmático.
Nació en 1923 en Zacatecas, un estado que ha dado grandes artistas, como su hermano Rafael Coronel o el propio Francisco Goitia. Creció en un entorno donde el arte tenía un papel importante, pero no fue hasta que se mudó a la Ciudad de México que empezó a formarse de manera más seria. Como muchos artistas de su generación, llegó a la Ciudad de México para estudiar en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado "La Esmeralda". Ahí tuvo como maestros a figuras como Santos Balmori y Manuel Rodríguez Lozano, pero lo que realmente marcó su trayectoria fue su estancia en París, donde entró en contacto con la vanguardia europea. En Francia, estudió en los talleres de Victor Brauner, un pintor vinculado al surrealismo, y en el de Constantin Brancusi, donde aprendió la importancia de la simplicidad y la esencia en la escultura.
Algo que siempre me ha parecido interesante de Pedro Coronel es cómo logra sintetizar influencias tan diversas sin perder su identidad. En su pintura hay ecos del arte prehispánico, de la mitología universal y de la abstracción moderna. No se trata de un sincretismo superficial, sino de una exploración genuina de las formas y los símbolos. Sus cuadros tienen algo de mural, algo de códice y algo de gestualidad espontánea. Sus colores son intensos, pero no decorativos; cada tono parece colocado con una intención precisa, casi como si buscara transmitir un lenguaje secreto.
Uno de los aspectos que más me atraen de su obra es su relación con el color. En un tiempo en el que la abstracción en México solía moverse entre los tonos neutros y la sobriedad geométrica, Coronel apostó por la intensidad cromática. Sus rojos, naranjas y amarillos tienen una fuerza que parece irradiar luz. Su uso del color me recuerda a veces a Rufino Tamayo, pero con una energía más expansiva, casi volcánica. Hay cuadros en los que los colores parecen estar en un estado de combustión controlada, como si fueran fragmentos de un universo en proceso de formación.
Cuando veo la obra de Coronel, pienso en color. Su pintura tiene una fuerza cromática que no es solo decorativa, sino estructural. En cuadros como Canto solar o Navegantes celestes, el color parece ser la base de todo, casi como si estuviera construyendo formas a partir de la luz. Pero su abstracción no es fría ni calculada; al contrario, tiene una vitalidad que la hace cercana. Se siente una conexión con algo primitivo, con símbolos que podrían venir de una cultura ancestral, pero que también tienen una resonancia moderna.
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Canto solar. Pedro Coronel. 1970 |
Aquí es donde creo que Coronel tiene una relación particular con la historia del arte mexicano. No está tratando de representar figuras indígenas de manera literal, como hicieron los muralistas, ni de usar el pasado como un recurso estilístico. Lo que hace es tomar el espíritu de la cultura prehispánica y traducirlo en formas y colores que tienen una energía propia. Es como si estuviera explorando la esencia de esa tradición en lugar de su apariencia.
En su escultura, Coronel también buscó la esencia de la forma. Influenciado por Brancusi y por el arte precolombino, creó piezas que parecen surgir de una tradición milenaria, pero con un lenguaje contemporáneo. Sus esculturas tienen un peso y una presencia que las hacen parecer monumentales, incluso cuando no lo son en tamaño. Me hace pensar en cómo algunos artistas logran que la materia transmita algo más allá de su propio peso y volumen, como si estuvieran esculpiendo no solo la piedra o el metal, sino también el vacío y la energía que los rodea.
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Cráneo. Pedro Coronel. |
Más allá de su obra, Pedro Coronel también fue un gran coleccionista. Su amor por el arte lo llevó a reunir una impresionante colección de piezas de diversas culturas y épocas. Hoy, muchas de estas obras están en el Museo Pedro Coronel en Zacatecas, un espacio que, en sí mismo, es una muestra de su visión. En este museo conviven esculturas africanas, piezas de arte prehispánico, dibujos de Picasso, grabados de Durero y arte oriental. Me parece fascinante cómo Coronel veía estas obras no como objetos aislados, sino como parte de un mismo impulso creativo universal. Su colección nos habla de un artista que no solo pintaba y esculpía, sino que también buscaba entender el arte en su dimensión más amplia.
Me pregunto qué tanto hemos entendido a Coronel en México. Su obra es muy reconocida en Zacatecas y entre ciertos círculos, pero en términos generales, no se le da el mismo lugar que a otros artistas de su generación. ¿Será porque su arte no es fácilmente reducible a una narrativa nacionalista? ¿O porque la abstracción, a pesar de su relevancia, no tiene el mismo impacto popular que el arte figurativo?
Este detalle me parece clave para entender su visión del arte. Coronel no veía el arte como algo aislado o estrictamente nacionalista, sino como parte de un diálogo global. Para él, había una conexión entre una máscara africana, un códice prehispánico y una pintura moderna. Esa forma de ver el arte me parece especialmente valiosa en un mundo donde muchas veces se insiste en separar las tradiciones en categorías rígidas.
Lo cierto es que Coronel es un artista que merece ser revisitado. Su pintura tiene una intensidad que sigue vibrando, su escultura conserva su fuerza y su forma de ver el arte sigue siendo relevante. En un momento en el que el arte contemporáneo busca conectar con el pasado sin caer en lo obvio, su trabajo ofrece una ruta posible: mirar las raíces sin quedar atrapado en ellas, entender la historia sin convertirla en una prisión estilística.
Pedro Coronel fue un artista que miró más allá de su tiempo y de su contexto inmediato. Su obra, su colección y su manera de entender el arte nos dejan una lección importante: que la creatividad no tiene fronteras, que el arte es una conversación entre épocas y culturas, y que la búsqueda estética es, en sí misma, una forma de conocimiento. Al final, eso es lo que más me interesa de su trabajo: la sensación de que, al mirar sus cuadros y esculturas, estamos ante algo que no necesita explicarse, pero que se siente profundamente humano.
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